Las madrinas son ahora fosforescentes. Van cacheadas de colorines. Como las limpias. Llevan anoraks de color electricidad sideral. Pantalón elástico de limón de vaso de discoteca. Zapatillas de cambio de semáforo. El maquillaje existencial es textil. Antes las madrinas iban de negro, oscuras, enchufadas, monocromáticas. Las de hoy también tienen lutos. Quedan juntas para andar y chasquear las cepas de la vida con palabras que las calientan. Pero dentro llevan ese marido que murió mucho antes de tiempo. Ellas siguen caminando, pero lo hacen más solas que nunca. Y detrás las persigue la sombra del cangueli.
Después de la felicidad de pintura al aire libre se cierran en casa. Con cerradura y cerrojo. Dejan encendidas todas las luces de dentro y fuera. Y se hunden en el sofá mirando aquella otra lucecita que les mantiene imantadas, seguras, esperanzadas. Los mensajes de WhatsApp son luciérnagas. Hay vida. No estoy sola. Hablan entre ellas. Se escriben. Se envían cosas. Muchas noticias, muchas fotos, muchos vídeos. Todos hablan de lo mismo: robos. Están acojonadas y se aferran al móvil como un policía personal. Cuanto más tiempo frente a la pantalla parece que hay más posibilidades de que no te entren en casa, que no te lo tomen todo. Ya no hay ciencia, sólo hay fe.
Si viera los móviles de estas madrinas de Cataluña se estremecería. Aquí está el futuro. Esto sí que es un CIS, un CEO, cifras, datos, estadística, sociología, realidad en la mano, a un palmo de nariz. Saben que han robado en la casa cercana. O en la del pueblo de al lado. Pero también lo hicieron hace dos días. Una semana. Lo harán mañana y la próxima semana. Rodeadas en su Fuerte Apache. En el bunker que un día fue casa. La caja fuerte es ya la cama. Buenas noches y tápate. Y sierra los dientes. Y una píldora para dormir. Y un ojo que hace de luz de faro.
El día vuelve a romper contraventanas. El día siempre vuelve. Y otro, otro... También el miedo. Hoy hay más acojonamiento. Hay más robos. Hay más espanto para que te vacíen todo y más. Los ladrones de hoy saben dos cosas: hay muchas personas solas en Catalunya. Muchísimas. Y es muy fácil encontrar cosas en ellas para realizar un sueldo. Un salario digno picante de aquí y allí. Robar es una profesión con mucho futuro: pocas horas, mucha ganancia. Y no hacen falta estudios, ni experiencia. La rapiña es un sector económico más. Un estilo de vida. Incontrolable ya en pueblos y ciudades. El choque está listo. Y se va a sufrir mucho. Porque ese saqueo no se esperaba. No se veía venir.
Cuando estas madrinas policromáticas salen a andar, después de años que no fueron chillados, no creían que la vida las asaltaría por partida doble y las jodiría dentro del saco: la soledad es un robo del alma y que te entren en casa es un robo del cuerpo. Se han quedado sin nada en los últimos años de la vida: cuando se necesita todo. Una joya es dinero, pero también es memoria. Los dos atracos van de la mano y te llevan un traje de ausencias hecho a medida. Con personas y pueblos sólo la única compañía es la de los ladrones y los robos. Y cambia el aire, el aspecto, la fisonomía de todo. Conseguimos que las mujeres trajeran colores vivos, pero el negro, vuelve. Ya está moda.