El 47 en el que íbamos todos

En 1978, un vecino de Torre Baró, harto de que se le rifaran al Ayuntamiento de Barcelona cuando iba a pedir por favor transporte público para el barrio, secuestró un autobús de la línea 47 y le llevó hasta aquellas calles empinadas sin asfaltar. Bus y conductor terminaron en comisaria, pero el hecho ha ocurrido en la historia. Y ahora se estrena una película. El momento en que una persona dice "no puedo más" y se enfrenta al maltrato, sin miedo al castigo, es muy poderoso.

Los barrios autoconstruidos en la periferia de Barcelona o en chabolismo vertical, sin asfalto, ni cloacas, sin agua corriente o cables de la luz colgados de palos, sin escuelas ni servicios, eran la cara B de aquella ciudad que en la cara A s autotitulaba Ciudad de Ferias y Congresos.

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La experiencia de los andaluces o de los extremeños que emigraron a Catalunya y los metieron de cualquier manera en el extrarradio es la conocida desdicha que le espera al último que llega. Pero esa miseria política, social, económica y cultural estaba muy repartida. Entre los que vinieron y los que ya estaban. Había un 47 en el que íbamos todos, que era el franquismo. Seguro que hubo algunos apellidos catalanes que ganaron dinero estrangulando a pobres, pero en los barrios de la ciudad, en o sin autobús, la Barcelona del postfranquismo era ingrata y pobre para casi todo el mundo, viniera de donde viniera.

La lección de aquel 47 pertenece a aquellos vecinos valientes, pero no acaba aquí. Tengamos al menos la alegría de pensar que con el fin de la dictadura franquista, con los ayuntamientos democráticos de izquierdas y con la Generalitat recuperada, las condiciones materiales de los barrios de todos fueron mejores.