Este abril

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Josep Pla en una imagen del archivo familiar.

Corre por eso que llaman las redes una fotografía preciosa. El obispo nuevo de Girona habla con el alcalde, en su despacho. Un joven, el alcalde, lleno de ilusión y un hombre de mediana edad, supongo que también lleno de ilusión. El obispo nuevo de Girona tiene una particularidad: hasta ahora era el abad de Poblet. A mí me da especialmente contento esta circunstancia. Gobernar un obispado debe ser más complicado que gobernar un monasterio. Pero gobernar un monasterio tiene mayores dificultades de lo que parece. La fotografía en cuestión destila una cordialidad y una proximidad admirables. Un clima de confianza entre las dos autoridades máximas de la ciudad. El abad mira al alcalde como si fuera un monje joven, lleno de futuro.

A ver si este obispo nuevo se atreverá, por ejemplo, a hacer algo que hasta ahora no se ha atrevido a hacer ninguno de sus predecesores. Quitar el órgano del medio de la nave maravillosa de la catedral de Gerona. Restituir a la nave aquella pureza gótica que, a la fuerza, debe seducir al monje cisterciense. El gótico es el arte de los cistercienses, una arquitectura limpia y llena de sentido teológico que aquella caja de higos, como se dice popularmente del órgano de la sede, no hace más que entorpecer. Que como instrumento no es ninguna maravilla me lo han confirmado algunos expertos con los que he hablado. Lo construyó en la posguerra franquista el organero Aragonés. El señor Aragonés, popularmente conocido como masticatachas, venía regularmente a afinar el piano de casa, un Izábal negro y brillante que se desafinaba a menudo porque, como decía el organero, había estado en marina. Y es que el piano de casa venía de la casa que mi abuelo compró en Sant Feliu de Guíxols. Sí, había estado en marina y eso, al parecer, era algo terrible para un piano… Todas estas cosas me vienen a la cabeza cuando veo la fotografía del obispo con el alcalde. Los pensamientos y la memoria se enredan y hacen su camino imprevisible.

Este camino ahora me lleva a un tren, uno de esos trenes austríacos puntuales, limpios y pulidos. Estamos en el vagón restaurante en el que hemos pasado todo el viaje desde Viena hasta Salzburgo, con Josep Maria Terricabras, tomando un té. De hecho, es a él que la memoria me trae ahora, con su cordialidad extrema. Él, que ya no está, que nos ha dejado este mes de abril tan raro, un abril en el que celebramos Sant Jordi y la Moreneta, los dos patrones de Catalunya, y un abril que acabará en plena campaña electoral.

Este abril, también, Xavier Pla ha presentado su libro magno sobre Josep Pla. Fui a la presentación que hizo en la Fundación Pla de Palafrugell. Desde la ventana de la sala de actos de la fundación se puede leer una frase de Josep Pla, pintada en una pared. Dice: "A veces pienso en Palafrugell". Parece una obviedad, pero no lo es. La memoria nos lleva a los sitios que han sido y son importantes para nuestra vida. Pla pensaba en Palafrugell y yo pienso en Gerona. Y pienso en la catedral y por eso he hablado del órgano.

El libro de Xavier Pla –llevo leída una tercera parte de las más de 1.500 páginas– me parece una obra maestra de la biografía. Xavier Pla escribe muy bien, pero no es solo eso. Ha sabido estructurar el libro con capítulos relativamente breves que pueden leerse como narraciones independientes, ha sabido elegir los fragmentos que ha citado, que siempre están situados en el lugar pertinente para corroborar lo que dice el relato. Y como ha tenido acceso a una cantidad ingente de documentación –la diabólica manía de Josep Pla de guardarlo todo– aporta datos nuevos, desconocidos, que perfilan al personaje biografiado y le rodean de unos matices especiales. Josep Pla que emerge de todo ello es un Josep Pla entrañable, que se hace querer. Josep Pla era un personaje difícil y contradictorio, insatisfecho, triste, complejo. Xavier Pla le va desbrozando, no calla nada importante y lo que podría enturbiar un poco la vida del escritor no hace más que dignificar al personaje porque lo presenta con luces y sombras, con toda su complicada personalidad carnal y humana.

Ahora el tren que va hacia Salzburgo corre como desbocado. Con Terricabras hablamos un poco de todo. De hecho, es él quien habla. Los demás escuchamos. La sombra de Mozart preside mi cerebro y mi corazón. Fuimos a su casa y yo, recuerdo, me emocioné profundamente. Él, cuando vivía en Viena, seguramente pudo escribir: a veces pienso en Salzburgo. Torturado por aquél Lacrimosa días isla, mordisqueado por la enfermedad que se le llevaría para siempre, torturado por su diabólica manía de escribir música, a veces pensaba en Salzburgo…

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