El Aéreo de Montserrat
El tren sale de la plaza Espanya y va hacia Manresa, pero, claro, lo cogen todos los guiris para ir a Montserrat. Con las gorras, las mochilas y una ropa de deporte que ya se ve comprada con ilusión para la ocasión. Enseguida lo ves, si alguien se ha preparado la ropa, imaginándose lleno de esperanza en un contexto distinto. Suben al tren y comentan cosas. Estarán una hora, en el vagón, pero de vacaciones esto es muy distinto.
Me los miro y me miro el paisaje con sus ojos. Primero, todo de poblaciones del Baix Llobregat. Después, al cabo de mucho rato, Olesa, con los gigantescos edificios, construidos, uno junto al otro, en la falda de la montaña. Las estaciones se ven dejadas y feas, tan preciosas que son, por ejemplo, las de los ferrocarriles del Vallès (Floresta, Valldoreix...). Pero ellos las disculpan. Se enseñan cosas y si son bonitas hacen un gesto con la boca de "Hemos elegido bien...". Están en aquellos momentos del viaje, cuando te emborrachas de mirar, cuando de todo quieres sacar una conclusión, cuando te hace tanta ilusión saber cómo dicen, ellos, las cosas.
La voz femenina de la megafonía avisa de que llegaremos al Aéreo. Lo dice en catalán –como se agradece, el gesto natural– y en castellano. Y en castellano también pronuncia "Montserrat" a la catalana. Entonces, otra voz, mucho más robótica, lo dice en inglés. Quisiera saber quién es la mujer que dice, tan bien dicho, que existe una conexión para subir arriba.
Los guiris, entonces, miran la montaña, que ya tienen delante. La impresión les sacude y yo, de rebote, siento zarandeo ajeno. Sentí esto viendo el Grand Canyon de Colorado y lo sentiría, supongo, viendo el Kilimanjaro. Si no fuera de aquí y me llevaran a esta montaña diría que ninguna del mundo puede ser tan única. La voz de la megafonía repite que si queremos, podemos tomar el Aéreo. Y entonces me levanto, y bajo detrás de ellos, muy ilusionada.