El aeropuerto de Barcelona y la salud

Durante las últimas semanas hemos visto un estallido de declaraciones sobre la ampliación del aeropuerto de Barcelona. Sorprendentemente, los argumentos sobre el potencial impacto en la salud y el bienestar, tanto a nivel local como global, han estado prácticamente ausentes.

Los aeropuertos tienen un importante impacto negativo en la salud debido tanto a los efectos directos de las emisiones contaminantes del aire y del ruido, como a los efectos indirectos por las emisiones de gases de efecto invernadero. Hay que tener en cuenta que los aviones a reacción emiten partículas ultrafinas cuya concentración atmosférica puede duplicarse en las áreas contiguas (Neelakshi Hudda et. al., 2016) y que representan una contribución importante al calentamiento global, que no está adecuadamente tasada para los vuelos de larga distancia.

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Los aeropuertos generan contaminación por su propia actividad y también debido a actividades asociadas como el transporte de usuarios, trabajadores y mercancías. Los contaminantes del aire y el ruido tienen múltiples efectos sobre la salud, especialmente enfermedades cardiovasculares y respiratorias y efectos en la salud mental, impactos que son más intensos en las personas que trabajan en ellos, en los usuarios y en las poblaciones metropolitanas cercanas. 

Una investigación reciente del Instituto Nacional de Salud Pública y Medio ambiente holandés ha mostrado que las personas que viven cerca del aeropuerto de Schiphol están expuestas regularmente a concentraciones más altas de partículas ultrafinas. En los días de alta exposición, los niños con problemas respiratorios sufren más síntomas y necesitan aumentar la medicación. Barcelona y muchos municipios del área metropolitana tienen habitualmente niveles de contaminación atmosférica que, en conjunto, suponen centenares de muertes evitables anualmente. Aumentar la extensión y la actividad del aeropuerto a buen seguro aumentará estos impactos en la salud, sin favorecer una actividad económica resiliente y respetuosa con la naturaleza.

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Pero no se trata solo de los impactos directos en la salud humana sino también, y sobre todo, de no apostar por un modelo de crecimiento desenfrenado que tiene graves consecuencias para la salud del planeta, y de rebote también para la nuestra. 

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La pérdida de biodiversidad y del pequeño pulmón verde que representaría la destrucción o la deslocalización del espacio natural de la Ricarda es preocupante, dados los pocos ecosistemas que todavía quedan en el entorno del área metropolitana con más densidad de población de Europa, con afectaciones a la salud a muchos niveles.

Y he aquí el reto del aeropuerto: ¿un aeropuerto para el crecimiento económico tal como lo hemos entendido hasta ahora, o un aeropuerto para un crecimiento sostenible comprometido con las personas y con nuestro planeta? Expandir la extensión y la actividad de los aeropuertos va en la dirección contraria al Acuerdo de París y de los compromisos de la UE de reducir el conjunto de las emisiones un 55% de cara al 2030.

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Cpmo recoge el reciente llamamiento a la acción de la cumbre de premios Nobel Nuestro planeta, nuestro futuro, “la sostenibilidad global ofrece el único camino viable hacia la seguridad humana, la equidad, la salud y el progreso”. Hay que repensar los aeropuertos introduciendo cambios que los conviertan en infraestructuras sostenibles que favorezcan sociedades más equitativas y sin emisiones. Y hay que hacerlo urgentemente.

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Pero no partimos de cero. Otros como el nuevo aeropuerto de Sydney han abierto este debate (Bull World Health Organ, 2018). Se trata de dar la iniciativa a nuevas estrategias de planificación urbana que fomenten soluciones sostenibles innovadoras. La sostenibilidad y el potencial generador de salud de un aeropuerto dependen en gran medida de su diseño y la reconversión de la industria asociada. Estos cambios tienen que incluir la sustitución de los trayectos aéreos de distancias medias por trayectos en tren, así como otras transformaciones. Hace falta un sistema de tasación que incentive la transformación verde de la industria aeronáutica, que revierta en una mejora de la calidad de vida de las personas y a la vez proteja el planeta. 

La ampliación del aeropuerto de Barcelona, planteada como indispensable para garantizar el crecimiento económico de Catalunya, sin considerar el impacto en la salud planetaria (que incluye la salud humana y la salud del planeta) resulta una idea obsoleta, propia de un tiempo prepandémico. El debate tiene que convertirse en un debate sobre la necesidad de transformar la movilidad, incluyendo la transformación del actual concepto de aeropuerto. La disposición de Aena a invertir en el aeropuerto de Barcelona tendría que orientarse mayoritariamente hacia la mejora de su eficiencia, minimizando su huella de carbono, mejorando la movilidad sostenible y la protección de los sistemas naturales, de manera consecuente con los objetivos del Pacto Verde Europeo, y así volverse una oportunidad para un nuevo tiempo. 

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Josep M. Antó es investigador en el Institut de Salut Global de Barcelona (ISGlobal) y en el Parc de Salut MAR, profesor de la Universitat Pompeu Fabra (UPF) y miembro del equipo directivo del Máster en Salud Planetaria UOC-UPF-ISGlobal

Jordi Sunyer es investigador en el ISGlobal y director del proyecto BiSC

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Mark Nieuwenhuijsen es director de la Iniciativa de Planificación Urbana, Medio ambiente y Salud de ISGlobal

Xavier Rodó es el director del programa de Clima y Salud de ISGlobal