Ahora la guerra de Gaza la pagaremos nosotros
Durante la campaña presidencial, los periodistas que querían evaluar el impacto electoral de la guerra de Israel en la Franja de Gaza solían fijarse en los votantes árabes y musulmanes, sobre todo en Michigan. Es comprensible. En Dearborn (Michigan), una ciudad con una fuerte presencia de ciudadanos de origen árabe que en el 2020 se decantó a favor de Joe Biden, los resultados demuestran que Donald Trump ha derrotado a Kamala Harris por seis puntos.
Pero si enfocamos las repercusiones políticas de la guerra de Gaza sólo desde la óptica de la identidad, perderemos de vista algo fundamental. Este último año, el exterminio de palestinos perpetrado por Israel –financiado por los contribuyentes estadounidenses y retransmitido en directo por las redes sociales– ha desatado una de las oleadas más fuertes de activismo progresista en una generación. Muchos de los estadounidenses que se han movilizado contra la complicidad de su gobierno en la destrucción de Gaza no tienen relación personal alguna con Palestina ni con Israel. Como muchos de sus compatriotas que protestaron contra el apartheid sudafricano o la guerra de Vietnam, su motivación no es étnica ni religiosa. Es moral.
La indignación ha sido especialmente intensa entre los ciudadanos negros y los jóvenes. Esta primavera se organizaron acampadas en más de cien campus universitarios para expresar su solidaridad con el pueblo palestino. En febrero, el Consejo de Obispos de la Iglesia Episcopal Metodista Africana, una de las congregaciones negras más destacadas del país, calificó la guerra de Gaza de "genocidio masivo" y exigió que la administración Biden-Harris dejara de financiarla la. En junio, la NAACP (Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color) instó también a poner fin a las remesas de armas. Según un sondeo realizado por CBS News en junio, la mayoría de votantes de más de 65 años estaban a favor de la venta de armamento a Israel, pero tres de cada cuatro menores de 30 años estaban en contra. Y mientras que sólo el 56% de los votantes blancos estaban a favor de interrumpir estas ventas, entre los votantes negros ese porcentaje ascendía al 75%.
Sin duda muchos votantes jóvenes y negros estaban descontentos con la economía. Algunos de ellos quizás se sintieron atraídos por el mensaje de Trump sobre la inmigración. Y otros quizás eran reacios a votar a una mujer. Pero estas dinámicas más generales no explican del todo los decepcionantes resultados de Kamala Harris. Y esto nos lleva de nuevo al apoyo de Harris a la guerra de Israel en Gaza.
A pesar de las pruebas abrumadoras de que los electores más fieles del Partido Demócrata querían poner fin a la venta de armas a Israel, la administración Biden les siguió enviando, incluso después de que el primer ministro, Benjamin Netanyahu, ampliara la guerra en Líbano. Y Harris no solo no rompió con la política de Biden, sino que hizo todo lo posible para que los votantes interesados por los derechos de los palestinos tuvieran la sensación de que molestaban. Cuando unos activistas contrarios a esta guerra interrumpieron un discurso suyo en agosto, les espetó: “Si queréis que gane Donald Trump, dígalo de una vez”. En la Convención Nacional Demócrata, los organizadores de la campaña rechazaron la petición de dejar hablar a un estadounidense de origen palestino en el escenario principal. Y pocos días antes de las elecciones el sustituto de Harris, Bill Clinton, dijo a una multitud de Michigan que Hamás había "obligado a Israel a matar a civiles palestinos porque los utilizaba de escudos humanos".
Todo ello dio a Trump una oportunidad. Según The Times, los organizadores de su campaña descubrieron que los votantes indecisos de los swing states (estados bisagra) eran aproximadamente seis veces más propensos que los demás a estar motivados por la guerra de Gaza. Trump se les quiso ganar. Se comprometió a ayudar a Oriente Próximo a recuperar una paz auténtica y arremetió contra el exmiembro de la Cámara de Representantes Liz Cheney, una republicana con la que Kamala Harris decidió hacer campaña, tildándola de "halcón radical". Como Richard Nixon, que en 1968 apeló a los votantes antibelicistas prometiéndoles “un final honorable en la guerra de Vietnam”, Trump se presentó –con gran hipocresía– como el candidato de la paz.
Este es exactamente el escenario que, desde hace meses, temían a los comentaristas cercanos al movimiento en defensa de los derechos de los palestinos. En agosto, el analista estadounidense de origen palestino Yousef Munayyer ya lo advirtió: “Si Harris no toma medidas para romper con la política de Biden en Israel, el mismo problema que contribuyó a hundir a un Joe Biden ya vulnerable ante sus bases podría interponer graves obstáculos en su camino hacia la victoria".
Pero los fervientes defensores de los derechos de los palestinos raramente ocupan cargos influyentes en las campañas de los demócratas. Durante décadas los políticos y representantes del partido han tratado como un tabú la lucha por la libertad de los palestinos Se han acostumbrado tanto a eliminarla de su compromiso explícito con los derechos humanos que , incluso en medio de lo que destacados estudiosos califican de genocidio, Harris pensó que era más prudente hacer campaña con Cheney que, por ejemplo, con la miembro de la Cámara de Representantes Rashida Tlaib. A pesar de las pruebas abrumadoras en este sentido, su campaña no fue capaz de ver que la excepción palestina ya no funciona entre los votantes progresistas.
Sólo hay un camino para salir adelante. Si bien será necesaria una enconada pelea dentro del partido, los demócratas –que afirman respetar la igualdad humana y el derecho internacional– deben empezar a realinear su política sobre Israel y Palestina de acuerdo con estos principios más amplios. En esta nueva era, en la que el apoyo a la libertad de los palestinos se ha convertido en un elemento fundamental de lo que significa ser progresista, la excepción palestina no es sólo inmoral. Políticamente es desastrosa.
Durante mucho tiempo los palestinos de Gaza y otros lugares han pagado con su vida esta excepción. Ahora los estadounidenses también la pagamos. Puede costarnos la libertad.
Copyright The New York Times