Albiol 'el Cruel'
Este año no será necesario que las televisiones emitan ninguna versión del Cuento de Navidad de Dickens por mostrarnos la falta de humanidad de un avaro capitalista. En Badalona tenemos a un alcalde, elegido por los votantes, que exhibe sin complejos, y se diría que con cierta satisfacción, su crueldad sin límites. Con el mundo dominado por psicópatas que ostentan el poder tanto en la política como en las grandes corporaciones, parece que se ha abierto la veda y los mediocres caudillos locales se han empoderado. Ya no necesitan disimular y traspasan límites que nunca habían traspasado. Por eso, Dickens es un buen espejo: quieren volvernos a los tiempos en los que el sentido de justicia todavía no se había vertebrado en inventos tan revolucionarios como los derechos humanos.
Desalojar a cuatrocientas personas y dejarlas a la intemperie al borde del invierno y con un temporal de lluvia tiene consecuencias de alcance aún más profundo que el frío y el sufrimiento y el hambre y la sensación de desamparo que vive esta gente. La crueldad sádica de García Albiol, disfrazada de razonable razón, nos cambia a nosotros, a lo que somos como sociedad. Ya lo predica Elon Musk cuando atribuye al exceso de empatía los males del mundo, olvidando que los seres humanos ya nos habríamos extinguido si no nos cuidáramos unos a otros y que el mismo Musk habría muerto si, siendo un bebé, nadie hubiera sentido compasión por su fragilidad. Calcular antes de socorrer, conceder derechos en función del buen comportamiento, como si viviéramos en un régimen muy antiguo y Albiol se erigiera en soberano autoritario, patriarca paternalista, más dueño de colonia industrial decimonónica que político demócrata. ¿Era esto lo que querían los que le votaron? ¿Un alcalde que persigue a negros y los criminaliza, que se toma la justicia por su cuenta?
Al señor (disculpen la hipérbole) Albiol ya le conocemos las formas populistas, aunque parece dispuesto a ir aún más allá en esta nueva ofensiva. No espero nada de ese personaje impresentable que encarna lo peor tanto desde una perspectiva humana como política. ¿Pero qué les ocurre a sus seguidores? ¿Qué les ocurre a quienes salieron a manifestarse contra el hecho de que se quiera dar cobijo a un grupo de personas sólo por su procedencia y su color de piel? ¿Cómo han llegado a este grado de barbarie, en la que no sólo no se compadecen de los desalojados sino que piden que se les deje en la calle? Si pudieran, ¿no los aniquilarían, no los matarían a todos, no los exterminarían? Porque desear y exigir que se deje a alguien en la calle es, de hecho, desear y exigir que sea abandonado a su suerte y que sufra el frío y la lluvia. El odio en los rostros de esta masa enfurecida no es un odio natural, fruto de algún agravio particular; no es una animadversión que se desprenda de un conflicto concreto: es el odio ciego hacia quien creemos culpable de todos los males. Es, de hecho, un comportamiento muy primitivo, muy tribal, éste de ensañarse con los más vulnerables y lanzarlos a la hoguera purificadora. Creen que se manifiestan contra los negros porque son ilegales (este delito de presencia), porque García Albiol y demagogos como él se lo han hecho creer. No ven, o no quieren ver, que si los persigue es porque son pobres. Y, claro, los manifestantes no se reconocen en el rostro de esos desamparados por serotros. A ellos debería visitarles el fantasma de la Navidad del futuro para mostrarles que la deshumanización de los inmigrantes del presente llevará tarde o temprano la deshumanización de los autóctonos. La de ellos mismos y sus hijos si no pueden pagar la hipoteca o el alquiler y los echan de su casa. Entonces, seguro que García Albiol les irá a salvar, defendiendo su derecho a la vivienda, y detendrá los desahucios de todos los pobres de aquí. Seguro que sí.