La amnistía como oportunidad

Dejemos de engañarnos. La aspiración a la independencia de Catalunya vive momentos bajos, de profunda desorientación y malestar. Electoralmente, retrocede. Las organizaciones se enrocan en caminos sin salida. El ciudadano que se había comprometido está desolado. Y reconozcámoslo de una vez: menos mal que España no puede tolerar un referéndum de autodeterminación pactado, porque, ahora mismo, lo perderíamos.

En este estado de cosas, es necesario analizar la oportunidad de la amnistía que han regalado los resultados del 23-J. Sí: a veces el azar también se vuelve inesperadamente a favor de este desaventurado pueblo. Obviamente, para el independentismo, una amnistía no es un final de camino. Y sí, también podría desperdiciar la oportunidad de culminarlo si uno se acomodara a ello dócilmente. Pero al mismo tiempo fuerza el reconocimiento de un conflicto que ninguna política de reencuentro y concordia ha resuelto. Que se lo quiten de la cabeza: la nación catalana nunca se fundirá por cuatro marrullerías que le hagan quienes la quisieran asfixiar.

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Desde mi punto de vista, pues, una amnistía podría tener cuatro grandes virtudes para el independentismo. La primera: trasladaría el conflicto político al interior del Estado. Ya lo está haciendo. Desde el colapso del 1-O del 2017 –que no derrota–, el conflicto ha ido rebotando dentro de la misma Catalunya. Parecía que se hacía cierta la predicción aznariana del "antes se dividirá Catalunya que se independizará de España". Peor aún: no se dividía Catalunya entre unionistas y soberanistas, sino entre independentistas. Ahora, sin embargo, la amnistía divide a España. Y debilita al Estado. Tiene razón Vicenç Villatoro cuando considera que la amnistía es, por encima de todo, un pulso que Pedro Sánchez necesita hacer al Estado para demostrar cuál es, ahí, su fuerza.

La segunda: una amnistía pactada en el marco de un acuerdo realizado con garantías –es decir, con un mediador internacional– permitiría reiniciar una estrategia de negociación y de internacionalización absolutamente necesaria para avanzar en la obtención de las condiciones de una resolución democrática del conflicto. (¡Nada que ver, por cierto, con una mesa de diálogo pensada para sabotearlo!). Uno siempre se independiza de alguien para ser reconocido como sujeto político por muchos otros. Y, en este sentido, nunca es un proceso unilateral. No tiene que serlo internamente porque tiene que ser democráticamente pulcro, y no puede serlo externamente porque sin reconocimiento internacional es un gesto inútil.

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Asimismo, la tercera, desatascar la actual situación de colapso abriría una rendija de esperanza interna, indispensable para salir del actual clima cainita entre independentistas. No soy ingenuo respecto a la gravedad de las heridas que se han –nos hemos– hecho, y sé que los climas emocionales patológicos –a menudo atizados por personalidades heridas– pueden ser más difíciles de corregir que los errores estratégicos cometidos. Pero, a pesar de las dificultades, una exitosa amnistía podría reducir los resentimientos, las nostalgias, los reproches y las desconfianzas. O, al menos, ayudaría a desenmascararlos.

La amnistía –como he dicho, no por sí sola sino formando parte de una estrategia adecuada de fondo– tendría la ventaja, en cuarto lugar, de cerrar las lógicas suspicacias que levantaron los indultos. El indulto era más fácil de conceder porque así el Estado mostraba su condescendencia ante quien se arrepentía, unos explícitamente, otros sin querer. Era un nuevo acto de fuerza contra el 1-O. Por eso, forzar una amnistía está en las antípodas del indulto, y sitúa a las dos partes negociadoras en una posición de casi igualdad simbólica, aunque no de fuerza.

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El lector atento se habrá dado cuenta de que todo este artículo está escrito en condicional. Una amnistía podría tener algunas de estas consecuencias virtuosas, pero no necesariamente. Si no formara parte de una estrategia sólida y garantizada de negociación con el Estado, solo sería útil –aunque fuera mucho– para los afectados por los procesos judiciales. Pero más que abrir una brecha de oportunidades, podría levantar un nuevo muro aún más alto que el de los indultos.

En cualquier caso, y en un momento tan excepcional y grave para el país, confieso que no presto ninguna atención a los análisis estrictamente partidistas, o tácticos, o cínicos. Y, por otro lado, si bien comparto las suspicacias que provoca una nueva negociación con un PSOE de quien conocemos el juego sucio habitual, quienes se oponen antes de conocer las condiciones deberían convencerme de cuál es su estrategia para salir del actual callejón sin salida, y si creen que es bueno desaprovechar la oportunidad.