Anna Balletbò: alegría, empuje, tenacidad
Estos últimos tiempos, con el día a día de la tragedia en la Franja de Gaza, me daba angustia hablar por teléfono con Anna, aunque, yo en Bruselas y ella en Barcelona, teníamos el hábito de hacerlo, e intercambiar opiniones y chismes. Yo sabía perfectamente cuánta energía, cuántas horas, cuánta tenacidad (muy a su manera) había dedicado a lo largo de los años a la solidaridad práctica con el pueblo palestino. Ahora bien: una cosa es el escalofrío y la pena que nos producen en todas las imágenes en la televisión de los misiles, de las destrucciones; otra es que estas imágenes las tengas estrechamente asociadas a tantas estancias en Gaza, a tantos amigos y amigas, a tantas esperanzas, a tantos proyectos compartidos. De ahí mi escrúpulo a hablar con ella, que habrá vivido con un dolor insoportable estos últimos meses de guerra criminal.
Se nos ha muerto una amiga querida, extraordinaria desde más de un punto de vista. Uno de ellos, la solidaridad internacional, ejercida sin grandes proclamas y con muchas realizaciones concretas, la acabo de mencionar. Otro ha sido su feminismo de combate. Con Maria Aurèlia Capmany fue motor de las Jornadas Catalanas de la Mujer de 1976, fundacionales desde tantos aspectos. Que el PSC tenga el punto de honor de haber sido el primer partido de Catalunya y del Estado, y uno de los primeros en Europa, que instauró la cuota progresiva en sus listas electorales y órganos directivos, hasta llegar a la paridad hombre-mujer, se debe en muy buena medida a su empuje ya su tozuda tenacidad.
Solidaria, internacionalista, feminista, Anna ha sido también una socialista de piedra picada. Perteneció activamente, desde sus inicios, al PSC y lo hizo de corazón y sin desfallecer nunca. Quienes menosprecian la política y los partidos, o tienen una visión puramente instrumental, no pueden entender el concepto de felicidad pública que se puede asociar, y que en cambio sienten, con los inevitables disgustos asociados, los que se entregan en cuerpo y alma. Ellos se lo pierden: no hace falta ser demasiado listo para entender que la máxima que dice que la caridad bien entendida comienza por uno mismo no resiste la comparación con la que nos dice que el egoísmo bien entendido, y la felicidad que se asocia, comienza por los demás.
Cuando Anna se incorporó al Congreso de los Diputados, en 1980, con Ernest Lluch y Lluís Maria de Puig, que ya estábamos desde 1977, le escribimos un soneto de bienvenida. No lo conservo, pero recuerdo un terceto: "'Ya estoy aquí', como el Hombre de la Peca / Has exclamado, y nos ha parecido que truena / Ave va, Ballet, Balletbò, Balletbona…". El "Hombre de la Peca", lo aclaro a los más jóvenes, evocaba Tarradellas, y el símil meteorológico (el trueno) aludía al hecho incuestionable que tanto el presidente como Anna eran, aunque no divinidades tonantes, sí personas de enorme energía, de carácter fuerte y de corazón sumamente bondadoso. Puedo darle firme testimonio y podría multiplicar sus detalles.
Poco tiempo después de aquel recibimiento con poema incorporado, Anna se encontró en el Congreso, el 23 de febrero de 1981, cuando Tejero y un grupo de guardias civiles irrumpieron a tiros. "Siempre me ha sorprendido –comentó después– la forma extraña e inesperada de reaccionar que tienen las personas en los momentos de máxima tensión o de peligro". Su reacción se mostró eficaz. Decidió que no estaba dispuesta a seguir secuestrada y que quería irse a casa. Lo consiguió, con un golpe de genio, y así tuve la inolvidable oportunidad de seguir con ella y en directo, en la sede socialista, en el ministerio del Interior, en el Hotel Palace, la crisis y el desenlace de ese intento de golpe de estado. Años después, uno de los golpistas comentó, arrepentido: "Un golpe en el que se deja salir, por ejemplo, a las mujeres embarazadas, ni es una revolución ni nada. No hay revoluciones sin sangre, aunque sea doloroso decirlo". Estamos avisados.