Aquellos antiguos jóvenes de izquierdas...

Muchos se preguntan qué les ha ocurrido a algunos de esos jóvenes militantes antifascistas de los setenta, que ahora de mayores serían capaces de votar en la extrema derecha, o que incluso no la reconocen como peligrosa. La respuesta no es sencilla porque los perfiles de los implicados son extraordinariamente diversos. Hay políticos, profesores, literatos, filósofos, periodistas, cantantes, actores e incluso antiguos deportistas de élite. Algunos no tienen ni la más mínima autoridad intelectual para teorizar sobre movimientos políticos, pero hablan de ellos como si fueran Gramsci o Habermas. No es que sólo puedan hablar de política personas como estos últimos, pero todos deberíamos darnos cuenta de que son los únicos que gozan de auténtica autoridad científica.

Sin embargo, más que el perfil profesional de los aludidos, interesa profundizar sobre todo en los motivos del –supuesto– viraje ideológico. En España, muchos dicen que la razón principal es el rechazo al nacionalismo catalán y al vasco, particularmente a raíz de los atentados de ETA. Sin embargo, por más miedo a que provoque el terrorismo, o incluso un movimiento independentista pacífico, ¿es esta razón suficiente para acabar defendiendo posiciones políticas de un jacobinismo extremo en la cuestión territorial que suscribiría el propio Francisco Franco?

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¿Se podrá decir que hay matices, naturalmente, pero lo cierto es que la idea extremadamente nacionalista española que están defendiendo algunos últimamente parece más bien defensiva, centrada sobre todo en que el Estado no pierda ni un palmo de tierra, lo que puede ser lógico en un escenario bélico y, por tanto, fuertemente jerarquizado, pero que en tiempos de paz y democracia suena muy anticuado. Es como si se estuviera defendiendo la tierra por la tierra misma, sin ningún otro beneficio que ciertamente puede existir, pero que realmente no suele tomarse casi nunca en consideración por estas personas.

Han llegado al extremo de negar lo que otros estados sí admiten: los referendos de autodeterminación, pretextando que el caso de España es diferente. ¿Por qué? Personalmente no me convence a la organización de referéndums cuando no hay mayorías muy claras, porque generan una división y frustración que puede ser muy contraproducente por los objetivos de ganadores y perdedores de la consulta. Sin embargo, en estos escenarios de opinión tan dividida y con un margen tan grande tanto de convencidos como de indecisos, lo que hace falta es negociar y hacer política, y no cerrar la puerta con cerradura y cerrojo como si la única salida hubiera de ser una locura bélica. Encerrarse en banda a cualquier solución que intente dar salida parcial a las aspiraciones de todos es propio de un nacionalismo exacerbado. Ultranacionalismo, cabría decir, sin duda.

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Pero volviendo a aquellos antiguos jóvenes de izquierdas que ahora defienden posiciones reaccionarias en materia territorial, habría que empezar a pensar que quizás siempre fueran nacionalistas españolistas, aunque no se sintieran así especialmente los que más conocían el marxismo teórico. De hecho, amar la integridad territorial de tu país es lo más natural, como observar viajando a cualquier estado del mundo. Además, durante una dictadura ultranacionalista como la franquista, esta tendencia ocurre evidentemente desapercibida. Sin embargo, defender el territorio con ese fervor, negándose a cualquier diálogo, es lo que hace que ese nacionalismo sea inequívocamente autoritario. No hay que olvidar que la izquierda que más defendía el marxismo adoraba al modelo de la Unión Soviética, que era incuestionablemente una dictadura. Es cierto que actualmente existe otra izquierda que se ha democratizado, y ha entendido que sus esquemas solidarios en el ámbito económico y social no pueden imponerse por la fuerza. Pero quizás no todos lo hayan interiorizado así porque ya entonces rechazaban el modelo de democracia liberal. igual al modelo que sus políticos afines –y no los políticos más votados por los habitantes de esta región– han diseñado para imponerlo a todo el mundo. Incluso bloquean reformas constitucionales prohibiendo, de facto, votar a las nuevas generaciones que no tuvieron voz en 1978. Como si no fuera positivo actualizar el compromiso generacional con la Constitución de un Estado, sobre todo cuando existe una minoría muy relevante en número que no cree en ella.

En resumen, el comportamiento sorprendente de algunos nombres del pasado se explica porque en realidad nunca han cambiado de ideología. Eran nacionalistas y autoritarios. Y ahora lo siguen siendo.

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