Ser antipático
El catalanismo no puede permitirse ser antipático. Puede permitírselo el nacionalismo de estado, incluso cierta izquierda, pero no el catalanismo ni el independentismo ni el nacionalismo catalán. Esto es así porque sus planteamientos no se refieren a un ideal abstracto, sino a una propuesta concreta sobre un terreno concreto y con una sociedad concreta, la catalana, que si tiene que ser independiente tiene que serlo desde un acuerdo social mínimamente sólido. La prueba de ello es España: España se ha creado de forma artificial durante siglos, y si hasta hace poco se me podía replicar con la Constitución pactada del 78, que podemos aceptarlo como más o menos cierto, desde el año 2006 (y especialmente en el 2017) esto ya no es así: España ya no es un pacto, e incluso ha preferido evitar por la fuerza cualquier alternativa democrática. Por lo tanto, el independentismo (catalanismo/soberanismo/etcétera) tiene que hacerse la siguiente pregunta: ¿cómo hacer una oferta de país que pueda no ser demasiado artificial, demasiado indigesta, demasiado inasumible para un número demasiado elevado de sus habitantes, e incluso para la comunidad internacional?
Todo esto viene de tres preocupaciones palpables: el auge de la extrema derecha por un lado, la nueva ola inmigratoria por el otro, y el fracaso del Procés en tercer lugar. Que haya gente con ganas de votar a Aliança Catalana se debe a los tres factores: a una ola europea a la que Catalunya no es ajena, a una incapacidad excesiva de integración de los recién llegados a la catalanidad (y a una falta de voluntad de muchos de ellos) y, claro, a la frustración de un Procés que si tenía algo bueno era su inclusividad: todo el mundo estaba llamado a votar, sin distinción de origen o idioma. Una vez que el resultado del referéndum no pudo ser aplicado, y una vez reprimido el derecho a decidir de los catalanes (tanto en la independencia como en un simple Estatut), el reto de encontrar un proyecto integrador se hace ahora doblemente difícil. ¿Qué puede ser más integrador que un proceso electoral en el que decidamos lo que queremos ser (e insisto, en este concepto incluyo el Estatut)? Si no podemos encontrar un mínimo común denominador, un sistema jurídico y social en el que todo el mundo se encuentre más o menos representado, ya no solo seremos los independentistas los que no nos sentiremos representados: los inmigrantes tampoco, como ya empieza a verse con las obras de teatro infames y la creciente catalanofobia entre varias comunidades (especialmente latinoamericanas, como vimos en el caso de Esas Latinas en el Ayuntamiento de Barcelona). Y más allá: la comunidad internacional también dejará de vernos como un proyecto que vale la pena. Como una buena idea. Como una idea, al menos, mejor y más viable que la idea de España.
Podemos señalar la represión, las injusticias, el espíritu poco democrático del Estado, incluso podemos aludir al 1714, y todo esto lo entenderá todo el mundo. Dentro y fuera. Lo entenderán porque está fuera de toda duda, pero este artículo viene a decir que esto es insuficiente: desgraciadamente, también tenemos que ser más pacientes que el resto, más acogedores que el resto, más impolutos que el resto, porque estamos proponiendo un cambio de sistema que no puede ser caprichoso ni dar síntomas de toxicidad. Y estoy hablando de apariencias, sí: no todo sentimiento contrario al exceso de inmigración es racista, pero la connotación puede ser automática. Claro. Por eso se fue con tanto cuidado al decir que es catalán todo el que vive y trabaja en Catalunya y quiere serlo, y creo que este equilibrio difícil no se le escapa a nadie. Como a mí no se me escapa, tampoco, que ahora el equilibrio puede ser el doble de difícil y que a menudo tendremos que ponernos más agrios. Especialmente ante las faltas de respeto hacia la lengua: ni un paso atrás.
Lo que me preocupa no es la razón que tengamos, ni la amenaza (cierta) de desaparición que estemos sufriendo, sino la imagen. El resultado de cara a los demás, tanto a los recién llegados como a la gente que nos observa desde fuera. Sé que puede ser injusto, pero si no sabemos ofrecer un proyecto que parezca (y lo parezca mucho) mejor que el de España, por inercia ganará el proyecto de España. Simplemente porque es el statu quo. "El orden". Si realmente queremos cambiar el orden establecido, no basta con exponer nuestras heridas: hay que proponer una idea mejor. Hay que tener un modelo que todo el mundo vea como una mejor alternativa. Hay que justificar por qué quieres lo que quieres, y qué aporta de sólido a la Humanidad. No porque ninguna norma lo diga, sino porque necesitarás muchos apoyos. Muchos amigos. Muchos. Muchos más de los enemigos que ya tienes.