La aventura más arriesgada

He visto, y os recomiendo, el documental Adiós, salvajes, que se ofrece en Filmin. Se trata de la historia de una pareja –ella, noruega; él, inglés– que deciden vivir lejos de la ciudad, en contacto directo con la naturaleza salvaje, en una granja aislada. La pareja tiene tres hijos y la hija de ella de una relación anterior. La madre, que es fotógrafa, documenta la vida familiar en un diario lleno de imágenes.

Desde el principio queda claro que la pareja tiene un objetivo claro que se centra, sobre todo, en criar a los niños en el respeto máximo por el planeta, un gran margen de libertad y alejados de las restricciones y convencionalismos de la llamada sociedad civilizada. Los niños, por supuesto, no están escolarizados y aprenden a leer y escribir en casa con sus padres.

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Una serie de escenas idílicas de los niños en plena naturaleza nos presentan un espejismo de felicidad que se agrieta la primera vez que el padre de familia confiesa sus dudas sobre cómo debe de influir en sus hijos el sistema de vida que les ofrecen.

Luego llega la tragedia inesperada que trastoca todos los planes y obliga a este hombre y a sus niños a "rendirse" y tratar de insertarse en la sociedad. La escuela, los amigos, los vecinos y, en general, el contacto humano, es el remedio que acabará sacándolos de la tristeza del duelo. Y el eje del documental, para mí, es cuando el protagonista adulto, admitiendo este hecho, no puede evitar sentirse culpable por estar traicionando los ideales con los que él y su esposa fundaron una familia.

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Más allá de las consideraciones sobre el dilema entre una vida salvaje y libre y las innegables ventajas de convivir en sociedad, me ha interesado la transparencia con la que el documental expone el peso –enorme, inmenso– de la responsabilidad de la educación de los hijos.

Como dice el tópico, todos los padres y madres hacen lo que creen que es mejor para los hijos, pero a menudo la vida se encarga de hacerte ver que en determinada cuestión te equivocaste. Cuando esto ocurre, es realmente difícil –quizás imposible– huir del sentimiento de culpa. Los niños son vírgenes y los padres tenemos la capacidad de hacer personas así o así, que sus vidas vayan por aquí o por allá. Es una suerte grandiosa que no seamos conscientes de ello en el momento en el que tomamos la decisión de tener hijos. Pocos serían los valientes que osarían hacerlo.

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¿Cómo asumir, sin amedrentarse, esta responsabilidad? ¿Cómo aceptar que lo que tú considerabas lo mejor para tus hijos en realidad era un disparate? Quizás la única opción razonable es ser humildes desde el principio y asumir que nuestras elecciones y decisiones, aunque en ese momento parezcan indiscutibles, pueden tener problemas y fracasar.

Y saber que la vida se abrirá paso siempre, aunque la niebla sea espesa, y nuestros hijos, si han recibido amor, acabarán encontrando su camino (correcto o no). Los niños que protagonizan el documental Adiós, salvajes aman con locura a su padre, lo admiran y lo respetan y, sin embargo, no dudan en manifestarle su determinación de ir a la escuela de una forma regular porque comprenden, con toda claridad, que aquello les está salvando.

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Tener hijos es un proyecto estimulante pero de alto riesgo, reconozcámoslo.