Ayuso, España

El PSOE quiere convertir a Isabel Díaz Ayuso en la bruja mala del cuento, y ella está encantada porque las brujas de los socialistas son hadas en la España del PP. El enésimo papelón de la presidenta madrileña en la cumbre autonómica de Barcelona –comportándose como una maleducada y haciéndose la ofendida cuando algunos de los presidentes utilizaron el catalán y el euskera– no es más que un truco publicitario que a los pocos dirigentes sensatos del PP los incomoda, pero no del todo, porque también se benefician. Mientras Ayuso baja al barro, Feijóo y los barones pueden aparentar buenos modales. Pero si la cumbre ha quedado en nada no es solo a causa de Ayuso; ella es el ariete de una estrategia política colectiva.

Esto, por otro lado, refuerza la alianza socialista con las periferias y aún más, en nuestro caso, el perfil presidencial de Salvador Illa, que necesita mostrarse catalanista pero sin hacer aspavientos; así compensa su cara de póquer cuando, hace pocos días, se vio en el Palau de la Música, en un acto de Òmnium, con toda la platea gritando "independencia". Illa mantiene ese punto de equilibrio incierto que separa a los presidentes “de todos” de los presidentes que no acaban de ser de nadie.

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En términos de marketing, pues, se podría decir que el resultado es un win-win, pero mientras tanto la cumbre de presidentes, donde Sánchez e Illa querían escenificar al famoso reencuentro, se cerró sin pena ni gloria, y sobre todo sin acuerdos, lo que consolida el callejón sin salida institucional. Como tantas otras veces, cuando el gobierno español y la Generalitat se acercan, petan las costuras en el resto del territorio. La manta española es demasiado corta para abrigarnos [sic] a todos; y los socialistas corren el riesgo, en un momento crítico de la legislatura, de perder mucho, porque ni Catalunya puede darse por satisfecha con una mera política de gestos ni el PP perderá la oportunidad de denunciar esta gestualidad como otra indigna rendición. Y cuando digo PP también quiero decir el PSOE de Aragón, de Castilla-La Mancha y de todos los territorios donde la fijación anticatalana sigue siendo rentable. La tontería esta de Sixena nos lo demuestra.

Al PSOE le ha salido bien, de momento, la estrategia catalana (porque el catalanismo no tiene energía ni para quejarse), pero ahora lo que necesita es una estrategia española: un discurso que tiña de patriotismo su apuesta por la España plural. El problema es que a Pedro Sánchez se le ve el plumero –actúa por necesidades aritméticas– y, además, sabe que si gobernar sin Catalunya es muy difícil, gobernar sin Madrid es imposible. Y por ahora el Madrid de Ayuso, ultraliberal y babilónico, es la base del poder económico y mediático del PP, que irradia a toda la Península; es un monstruo insaciable que fagocita todo lo que lo rodea, empezando por las dos Castillas, haciendo del centralismo un hecho físico.

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"Madrid se va", decía Pasqual Maragall –¡hace 24 años!–, cogiendo el testimonio de los viejos federalistas, de los regeneracionistas, incluso de los austracistas que, en el siglo XVIII, luchaban para que Felipe V no convirtiera la Península en una extensión administrativa de Castilla. Pero el lamento de Maragall no encontró respuesta, y ahora, un cuarto de siglo después, la España mayoritaria sigue sintiéndose mejor representada por Ayuso y sus cervecitas que por la entelequia de la plurinacionalidad. Esto es lo que hace que al PSOE no le salgan los números, y –aún más importante– es lo que hace de España un proyecto cojo que necesita la movilización constante de sus elementos más reaccionarios para seguir atando corto a los territorios díscolos, mientras los goles de Lamine Yamal con la roja nos tienen debidamente entretenidos.