Un Barça-Madrid amargado

Nada de lo que ocurre en Catalunya cada año tiene tanta difusión mundial como el Barça-Madrid. La prueba es el horario: la han puesto a las cuatro y cuarto para que le puedan ver simultáneamente desde Hong Kong, antes de acostarse, hasta Los Ángeles, recién levantados.

La liturgia de este partido invita a sospechar del árbitro, sea quien sea, pero este año hay razones de peso para considerarlo jugador número 12 de Ancelotti infiltrado: el colegiado de este clásico ha expulsado de Messi hacia abajo. Basta con comprobar el silencio culpable con el que han acogido su designación los medios temerosos del Madrid, que contrasta con el victimismo provinciano con el que su canal oficial excita a las masas últimamente.

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El otro clásico del día es la porra, que esta vez se presenta bastante equilibrada. El factor campo a favor del Barça queda sombreado por la cantidad de bajas del equipo titular de Xavi, que todos los Lamins y Fermins difícilmente podrán compensar, por fantástica que esté siendo su temporada. Además, Bellingham (Bellinghan, pronunciado en la Castellana) ha empezado muy bien. O sea que se cumple escrupulosamente la primera premisa culé: hoy vamos a sufrir.

Sin embargo, este Barça-Madrid volverá a ser una gran distracción, pero no podrá ser una gran celebración. Se hace difícil ir de fiesta televisada cuando el mundo está asistiendo a dos guerras de las que no se ve el final y que, de rebote, obligan a las policías a blindar la seguridad de los grandes acontecimientos como éste. Ésta es la amarga realidad: el Barça-Madrid, al igual que la guerra, se juega en todas partes.