El valor de Barcelona
La Fórmula 1 ha llegado a Barcelona. Desde el martes a las 4 de la tarde y hasta el jueves a las 6 de la mañana habrá cambios de rutas en el transporte público, restricciones al vehículo privado y prohibiciones de paso peatonal en el Passeig de Gràcia. En las horas previas a la exhibición, el Ayuntamiento aconseja evitar circular en vehículo privado por el distrito del Eixample, en el tramo comprendido la calle Urgell y el Passeig de Sant Joan.
Ordenar unas afectaciones de esa magnitud a la movilidad de cientos de miles de personas por una simple exhibición automovilística es no entender los signos de los tiempos. Justo cuando estamos pacificando la ciudad no podemos ofrecerla en bandeja de plata al ruido y la velocidad.
Pero sobre todo es no entender el estado de ánimo de la calle. La vida en Barcelona es ya lo suficientemente complicada como para que alguien disponga del tiempo, del espacio público y de la paciencia de la gente para salir en las fotos, como si Barcelona no saliera ya en todas las fotos.
El Eixample ve desaparecer el comercio y la gastronomía locales, sustituidos por franquicias y brunchs. Cuando la ciudad expulsa a sus hijos porque los alquileres son imposibles y la compra de un piso una quimera, ¿qué quiere decir exactamente el alcalde Collboni cuando dice que todo este trasiego “aporta valor”? Si los barceloneses no notan las ventajas, si la casa Batlló ya está a reventar todos los días como si fuera la plaza San Marcos, ¿de qué sirve ser un escaparate?
Una cosa es habilitar un espacio en la Plaça Catalunya para exhibir monoplazas y otra es asfaltar de nuevo el Passeig de Gràcia y cortarlo dos días al tráfico para que circulen en un circuito de 630 metros unos bólidos que no pueden circular por las calles por razones obvias.
Y por favor, que no nos confundan con el éxito popular que pueda tener la exhibición. La expresión “pan y circo” tiene más de dos mil años.