El barco estropeado

Si todo va bien, el 20 de octubre iré a ver Mar y cielo. No será la primera vez que veré el musical, como seguramente muchos de los que están leyendo. En mi caso, fui cuando lo estrenaron, en 1988; volví con mis hijos cuando eran pequeños, en el 2004, y ahora vuelvo con los compañeros de la coral donde canto.

Antes de que esta última versión del mítico musical de Dagoll Dagom llegara a los escenarios, ya se habían vendido ciento cincuenta mil entradas anticipadas, que se dice pronto. Parece que el país entero quiera despedirse de ese espectáculo que nos hizo sentir orgullosos del teatro catalán. Pensaba la semana pasada, un día que volviendo a casa en metro vi a una chica derecha delante de mí que llevaba una bolsa de ropa estampada con la frase “Las velas se hincharán”.

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Pero esa misma noche sentí en la tele que la función de ese día había tenido que suspenderse porque el famoso barco que nos impresionó tanto la primera vez se había estropeado.

Sé que puede pasar y que no es tan grave (aunque los que estaban en el teatro se debían de sentir muy desafortunados). Pero lo que quiero compartir con vosotros hoy es que, al oír la noticia, sentí una especie de pellizco en la boca del estómago. Como si ese incidente fuera significativo de algo más.

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De repente, pensé que, quizás, volviendo al teatro para oír cantar a aquel eufórico “Las velas se hincharán / el viento nos llevará / como un caballo desbocado por las olas”, lo que deseábamos todos era volver atrás y , por un rato, olvidarnos del bajón que vivimos en diversos aspectos como país.

En el terreno político no hay que entretenerse mucho: un gran proyecto de país, el más importante que habíamos vivido, acabó atascando la nave contra las rocas y todavía vivimos su resaca. Uno de los partidos independentistas que comandaban la travesía, heredero de unas siglas históricas, se está desintegrando frente a nuestros ojos estupefactos. Y lo hace después de haber logrado gobernar la Generalitat.

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En el ámbito de la lengua, acabamos de conocer los datos más dramáticos que hemos tenido nunca: el catalán ha tocado fondo en Barcelona y sólo un 36% de sus habitantes lo hablan de forma habitual. En 1989 –un año después de su estreno Mar y cielo–, el 49% de los barceloneses escogían el catalán como lengua habitual.

Hablen catalán o castellano, los jóvenes barceloneses lo tienen muy magro para seguir viviendo en su ciudad cuando se independizan. Si es que pueden llegar a hacerlo. El derecho a una vivienda digna, teóricamente uno de los pilares de esta sociedad que llamamos del bienestar, ha dejado de existir.

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Incluso el Barça –y lo digo yo, que no tengo ningún interés por el fútbol– ha pasado una época apagadísima, y ​​ahora los culés se agarran a la esperanza de que les dan unos chiquillos que pueden hacerles sentir orgullosos del club otra vez.

Visto y sabido todo esto, me fue inevitable tener un pequeño escalofrío cuando supe que el barco de Mar y cielo se había estropeado. ¿Quizás es un mensaje en clave? ¿Un aviso para navegantes? "Me sabe mal, pero tenéis que saber que las velas ya no volverán a inflarse".

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Hago un poco de broma, no quisiera contagiarle el pesimismo. Cataluña ha superado períodos dramáticos y ha resistido estoicamente a las épocas oscuras. El barco se reparará y el viento volverá a hinchar las velas, estoy segura, pero habrá que hacer algo más que ir al teatro para satisfacer el ataque de nostalgia.