Un brote cálido
No recuerdo un precedente de una carta abierta de un presidente de gobierno a la ciudadanía en términos coloquiales, propios de una comunicación a amigos y conocidos. Sánchez se ha permitido salir de las formas rígidas de una política que aplaude la agresión y el insulto al adversario y que hace de la empatía traición. Expresión verbal de una lucha que se dilucida a principios de la mitad más uno que marca la relación de fuerzas. El cambio de tono de Sánchez es una advertencia sobre la dialéctica de confrontación que lo reduce todo a la perversa dinámica de los míos y los otros.
Por un momento, Sánchez, que no es ajeno a los vicios estructurales de la política, salta esta vez la frontera de la deshumanización que hace que un presidente que expresa su compromiso con su esposa parezca una extravagancia. La carta contiene una enmienda a las maneras de hacer de la política y de los poderes que se esconden, maniobran e imponen su influencia, una descripción de hasta qué punto se pueden llegar a olvidar las normas más elementales del respeto. Y es triste que haya que recordar y que se mire con cara de extrañeza a quien lo hace. Tanto es así que casi todos los analistas se empeñan en buscar una sola cosa: el efecto táctico. Como si la carta de Sánchez solo pudiera entenderse como un ejercicio más de un personaje reconocido por su sentido del oportunismo. ¿Hay que sorprendernos de que un presidente dé muestras de sensibilidad y sentimientos (de debilidad, dirán algunos) como cualquier persona humana y pueda entrar en crisis? ¿Es que solo vale el modelo fanfarrón de Ayuso? ¿De verdad alguien puede creer que el gesto de Sánchez se ha producido para incidir en las elecciones catalanas? Seguro que puede tener influencia porque es una noticia ruidosa, pero que el presidente haya escrito la carta para ganar en Catalunya, francamente, me parece mirar al mundo por un agujero.
El sentido común dice que Sánchez tiene dos opciones: la cuestión de confianza –una forma de refrendar su apuesta– o dimitir, irse a casa, como expresión de una gran decepción. En cualquier caso, en un momento en el que parece que la expectativa gana al ruido, lo que se habrá puesto en evidencia es que hay gente a piñón fijo que no sabe qué es el respeto y la sensibilidad, como Feijóo, un hombre sin atributos precisos que no confiere un discurso sin el insulto y la descalificación. El lunes sabremos en qué quedará todo. ¿Un brote cálido en medio de la sordidez o una ruptura de consecuencias imprevisibles?