Brujas ayer, científicas hoy

Hace unos días, paseando por Gerona con una colega científica de Santiago de Chile, le contaba la leyenda de la bruja de la catedral. De todas las gárgolas de la catedral, la de la bruja es la única que tiene forma humana, lo que le ha proporcionado un misterio especial, haciendo que sea una de las leyendas más populares de la ciudad. Cuentan que era una mujer practicante de la brujería que lanzaba piedras contra las procesiones cristianas o contra la catedral y que por ello fue petrificada y colgada de tal edificio, condenada a mirar siempre hacia el suelo.

Mi colega me hizo la observación de que la bruja “gargolizada”, con su negativa a aceptar la religión oficial y sus símbolos, representa el desafío hacia las ideas establecidas. En ciencia, desafiar lo establecido es fundamental para avanzar. Plantear hipótesis, preguntas de investigación que cuestionen elstatu quo, es lo que hace progresar el conocimiento. Por eso estoy convencida de que muchas de las brujas condenadas a la hoguera debían de ser lo que hoy conocemos como científicas.

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De hecho, según la investigadora Elisa Garrido, existen documentos que confirman la existencia de mujeres que hicieron aportaciones a la ciencia y que fueron consideradas brujas, como, por ejemplo, la bruja de Shropshire, también conocida como "Madre Hutton.” Parece que un remedio descubierto por ella curó la hidropesía (hoy, edema o retención de líquidos) de Ralph Cawley, que fue decano de uno de los colleges de la Universidad de Oxford.

Por otra parte, la investigadora Isabel Pérez Molina relata que durante la Edad Media, antes de la institucionalización de las universidades, las mujeres ocupaban muchos espacios de la sociedad y fueron, además de campesinas, abadesas, escritoras y maestros de diversos oficios, también personas sabias dedicadas a distintos campos del conocimiento humano, incluyendo la ciencia. Precisamente por querer avanzar en todos estos roles, “se convirtieron en un problema para la élite masculina feudal y patriarcal”. Durante el Renacimiento, cuando la misoginia era la corriente imperante, “la lucha por el control masculino del conocimiento, de la ciencia, se recluyó, empezando entonces la cacería de brujas”, como magistralmente documentaron la revista Sápiens y uno Sin ficción de TV3 hace un par de años.

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Estamos a final de año y, por tanto, se huelen tiempo de cambio. Al menos en relación con los propósitos que nos hacemos. Las llamadas brujas experimentaban con remedios, y la ciencia, con la experimentación para su constante avance, simboliza el cambio necesario para progresar. También son tiempos de reflexión. Intuyo que el solsticio de invierno es propicio, por lo que a lo largo de los tiempos hemos situado celebraciones de recogimiento. Este período del año puede ser una oportunidad para reflexionar sobre temas como el espíritu crítico respecto a lo establecido, el progreso del conocimiento y la no discriminación por género, temas a los que las científicas de hoy aspiran y las brujas de antaño ansiaban.