Los ‘camacus’ y el mundo rural: decálogo sobre la vida en el campo

Persiste, agarrada como una resina al tronco de nuestro cerebro, una mirada superficial, folclórica, ingenua y frívola de la vida en el campo. Los metropolitanos (no solo los barceloneses) no hemos sido capaces de deshacernos de tópicos y prejuicios heredados. Conservamos como una postal de reliquia la idea literaria de que el mundo rural es conservador, inmóvil, cerrado, antiurbano, identitario, pobre, antiguo. Lo consumimos como idilio instagrámico de fin de semana. “¡Qué bonito! Pero aquí no viviría”. Somos los camacus de siempre. No sabemos nada, de lo que, con visión centralista, hemos llamado el hinterland. El patio trasero.

Lo que es atávico no es el campo, sino el desconocimiento que lo rodea. Y que convive con un tipo de atracción fatal. En los últimos tiempos mucha gente ha empezado a dudar del estilo de vida urbano. No es extraño. En estas dos décadas del siglo XXI las ciudades se han convertido primero en objetivo terrorista, después en catalizadoras de la crisis financiera y especulativa, a continuación la pandemia las ha hecho vulnerables y mortales, y ahora vuelven a ser (como vemos en Ucrania) objetivos de guerra. Y atravesándolo todo, la creciente conciencia sobre el letal cambio climático. Las distopías muestran un mundo urbano en ruina. Por necesidad, por miedo o por convencimiento, algunas personas están volviendo la mirada hacia el mundo rural. Pero no es tan fácil dar el paso: en los pequeños pueblos también hay gentrificación y contaminación, faltan escuelas y servicios básicos, falta trabajo...

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¿Qué ofrece, entonces, el mundo rural? L’altre món rural ['El otro mundo rural'] (ed. Tigre de Paper) es un ensayo colectivo desde la geografía que reúne reflexiones y experiencias sobre la nueva ruralidad catalana, tan diversa, innovadora, comprometida, moderna, cambiante y conectada con el mundo. Los padres intelectuales del libro son Rosa Cerarols y Joan Nogué, y su ánimo no es, en ningún caso, una contraposición o negación del mundo urbano ni una ocultación de las problemáticas y contradicciones rurales, por ejemplo las del sector cárnico-ganadero. Proyecta, eso sí, una mirada de esperanza, de cambio, de acción. Las políticas de reequilibrio territorial no tienen por qué seguir fracasando siempre. La Catalunya vacía tiene futuro si se vive y se piensa con profundidad, con datos, con ideas, con respeto.

El libro me ha sugerido este decálogo sobre la vida en el campo, definido por negación.

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1. El mundo rural no es estático ni atávico. Ha cambiado mucho y sigue cambiando día a día. Internet y las comunicaciones por carretera son la evidencia más visible. Desde cualquier punto del país, hoy estás como máximo a poco más de dos horas de un aeropuerto que te conecta con el mundo. Antes el sentido de pertenencia te arraigaba a un único lugar: ahora te puedes sentir de más de un lugar. Los seres humanos no somos árboles: tenemos piernas para andar. Arraigamos de otro modo, con los sentimientos y las ideas, con las relaciones entre nosotros, con la voluntad.

2. El mundo rural no está aislado ni cerrado en sí mismo. Esta imagen de reclusión pertenece a un pasado que se tendría que discutir mucho si era realmente así. Hoy, en todo caso, a menudo hay más sociabilidad y más experiencia auténticamente democrática en el campo que en la ciudad. La gran ciudad, con su anonimato gregario y su atronador latido mediático, puede aislar más.

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3. El mundo rural no es idílico ni dramático. La vida no es fácil ni en la ciudad ni en ninguna parte. Tampoco en el campo. Hay muchas maneras posibles de vivirlo y vivir ahí. La vida es, en todas partes, a la vez lucha y placer, solo tiene el sentido que le queramos dar y en la ruralidad podemos darle muchos y diversos.

4. El mundo rural no es monolítico. Hay grandes diferencias según el lugar, la comunidad, la economía... Solo la diversidad física del campo catalán (montaña y plana, secano y húmedo) ya es notable. ¿Qué tiene que ver el Priorat con el Alt Urgell? Es verdad que el proceso de despoblación ha sido general y que el agroturismo es la fórmula compartida de las últimas décadas. Pero a la vez hay muchos presentes y futuros posibles.

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5. El mundo rural no se define por oposición al urbano ni va en contra de él. De hecho, las diferencias, como las distancias físicas y mentales, se han acortado mucho en un siglo. Hoy son dos mundos interdependientes, muy conectados. Ildefons Cerdà, nacido en un cortijo en Centelles, ya proclamaba el lema “Urbanizar lo rural, ruralizar lo urbano”.

6. El mundo rural no es esencialista ni identitario. Puede ser muy cosmopolita, plural y creador. Ya empieza a ser hora de que pasemos página de la idea de la Catalunya carlina y conservadora. Hoy la vanguardia artística e ideológica está en el respeto y la relación con la naturaleza.

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7. El mundo rural no es solo labrador. Es muchas cosas más. Es cultura, es innovación tecnológica. Solo hay que pensar en la revolución del vino de las últimas décadas.

8. El mundo rural no es sinónimo de pobreza. Puede generar y genera riqueza económica. Además, claro, de riqueza cultural y social. Puede generar, también, igualdad y solidaridad.

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9. El mundo rural está en el corazón de la lucha contra el cambio climático. Sufre los efectos directos -incendios forestales, lluvias torrenciales, sequías...- e indirectas -asunción de centrales de energías renovables: eólicas, solares, hidráulicas-. En la transición energética a escala micro, comunitaria, tiene un buen triunfo.

10. El mundo rural no se muere. Tiene futuro. ¿Quizás estamos a las puertas de un cambio de ciclo que acabe con el despoblamiento que empezó en la década de 1860? La tendencia neorural iniciada por el movimiento hippie en los 70 ahora puede tener una nueva oportunidad: la tecnología y la conciencia climática la apoyan.