Cambiamos el rumbo, protesta decisiva

No diremos que la manifestación de este domingo en Palma fue histórica por no abusar del adjetivo, pero sí fue una manifestación impresionante y que será recordada mucho tiempo. También fue una expresión ciudadana impecablemente democrática, cívica y madura, de una ciudadanía que sabe qué quiere, también qué no quiere, y cómo plantear sus demandas a los gobernantes ya los grupos de poder. Merece la pena remarcarlo, en contraposición con un despliegue policial para cubrir la protesta que resultaba claramente exagerado. La discusión sobre el número de asistentes (cincuenta mil según la plataforma Menos Turismo Más Vida, veinte mil según la policía) es ociosa: había, en cualquier caso, decenas de miles de personas, y las concentraciones de decenas de miles de personas , en Mallorca, son multitudinarias. Discutirlo, o discutir la legitimidad o motivaciones de los ciudadanos para manifestarse a favor de la racionalidad social, económica, convivencial, lingüística y cultural (todo va junto, como recordaba oportunamente la pancarta de la Obra Cultural Balear), o incluso insultar a los manifestantes, como ha hecho en las redes algún dirigente de Vox, no sólo es una reacción antidemocrática inaceptable, sino también una forma de situarse fuera de la realidad.

La realidad es que la denuncia de los perjuicios que causa el turismo masivo ha dejado de ser minoritaria y se ha convertido en transversal. Transgeneracional también, porque en la manifestación del domingo (como en mayo, por el mismo tema) participaban personas de todas las edades, pero hubo una gran afluencia de jóvenes. Recientemente el presidente de Exceltur, Gabriel Escarrer, se había permitido cuestionar las manifestaciones porque, a su juicio, dan mala imagen. El Gobierno Balear de Marga Prohens corrigió las palabras de Escarrer, pero a los pocos días, al portavoz y vicepresidente económico del ejecutivo, Antoni Costa, se le escapó de decir que la manifestación de Barcelona del pasado día 6 no les había hecho “nada de gracia”, como si el objetivo de las manifestaciones fuera ser graciosas. Y se permitió pedir a los manifestantes “no molestar ni interrumpir a los turistas”, con ese deje servil de quien se dirige a los aborígenes. A su vez, el Gobierno presentó recientemente una mesa del turismo y la sostenibilidad, con mucha pompa pero sin ninguna medida.

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Hoteleros y Govern emiten, en resumen, mensajes contradictorios. No están acostumbrados a dialogar y mucho menos a rectificar: hasta ahora, con el habitual "vivimos del turismo" hacían callar a la mayoría. Ahora, sin embargo, las protestas ciudadanas son mucho más potentes y tienen eco en los medios británicos y alemanes: no sólo en los tabloides amarillos (que refuerzan las protestas isleñas, con el tono despectivo con que las tratan), sino también en la BBC o en el Frankfurter Allgemeine. Estos medios comienzan a percibir que del turismo descontrolado, en realidad, sólo viven unos pocos, a costa del empobrecimiento de muchos. Empobrecimiento económico, pero también social, repetimos. Mallorca, Baleares, son el exponente claro de un problema europeo.