El cambio irreversible
El cambio es sutilísimo y substancialísimo. Yo antes pedía un cortado, un café con leche, estas palabras habituales del mundo de los bares, y la camarera joven quería entenderme. Le parecía que era su obligación y que no entenderme era un defecto que reparar. Tenía razón. No entenderme era un defecto que reparar. Algún camarero, quizás el dueño del establecimiento, quizás tenía mala cara, o quizás repetía socarrón: "Pues ale con el 'tayat', manda huevosCon la proliferación de bares regentados por chinos se produjo el efecto contrario. Los hijos de los dueños, detrás de la barra, contestaban con un catalán perfecto, producto de la inmersión. concreta. La sonrisa de quien se espera que la excéntrica, la loca, acabe su numerito. Entonces dice, con los ojos muy abiertos, como si le estuviera preguntando si sabe física cuántica: "¡A ver!" Como la maestra delante del niño con mala letra. "¿Un café solo?" Su compañera, también mirándome con cara de pena ("¿Por qué lo haces difícil?", piensa), hace: "No ha dicho eso, hombre". Como si yo no estuviera.
A veces se quedan perplejas. A veces se ríen con conmiseración. Deben oír las mismas palabras muchas veces cada mañana, y es más difícil y cuesta más no saberlas que saberlas. Para no saberlas te tienes que esforzar. Si mañana, pongamos por co, le pido, le pido, le pido, me tendrá que entender Salvo que, claro, estas hueso abiertas que hago le ayuden sin querer y tenga que decir, como cada día, en este bar de la ciudad donde trabajo y me tomo cortados: "¿Qué dice?"