El cambio vendrá de China

China siempre ha sido imprevisible. En 1900, al final de la dinastía Qing, que duró de 1644 a 1912, nadie podía pensar que 20 años más tarde sería un estado devastado por los "señores de la guerra" y la guerra civil en 1940 mundo.

En 2000 EEUU ayudó a China a entrar en la Organización Mundial del Comercio, la OMC, y en 2020 la guerra comercial con EEUU es intensa y de resultado imprevisible.

Ahora, China tiene dos caminos posibles: ser un estado rico y un ejército poderoso o, alternativamente, ser China en la esencia y un país occidental en la práctica.

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Hasta ahora, China ha apoyado la invasión rusa de Ucrania y la interferencia rusa en Europa en las redes digitales. El cenit de esta política –si efectivamente se siguiera– sería la invasión de Taiwán y la guerra en el mar del Sur de China. Un camino de confrontación.

No es ésta la única política posible. La coexistencia con EE.UU. sin sacrificar la esencia de sus valores es posible y más favorable para China y para el mundo. El sueño de los demócratas en EE.UU. –Clinton– de que el crecimiento económico de China la llevaría a la democratización ya convertirla en una democracia de estructura occidental es improbable por irreal. El poder en China está concentrado.

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La alternativa de una coexistencia, aunque no especialmente amistosa con EE.UU., reduciría el nivel de conflicto actual. La generación que vendrá tras el presidente Xi, crecida en los 80 y los 90, podría volver a la política de Deng Xiaoping, que hizo crecer a China y la llevó a donde está ahora. Xi creció en la Revolución Cultural; su obsesión por el orden es consecuencia del "desorden" en el que vivió.

Una confrontación militar tendría efectos negativos para China. Drenaría recursos para el crecimiento económico, y los necesita debido al envejecimiento de la población y la consolidación de una ciudadanía con mayor nivel de renta y mayor consumo interno. La confrontación haría crecer la desconfianza de sus vecinos, y convertiría a China en una potencia más temida que admirada. En ese caso, la alternativa al modelo de EEUU lo sería menos, porque esta política aleja a China de convertirse en un modelo alternativo para el Sur Global.

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Para Occidente, esto plantearía la duda de si tratar a China como una contraparte fiable. Tendría consecuencias negativas de largo alcance en la escena internacional para todos.

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La confrontación militar que supondría la conquista de Taiwán implicaría económicamente para China, aparte de un importante gasto, un crecimiento de la inflación y un impacto negativo global por la inseguridad económica que supondría para los mercados. Ocurrió antes con Tiananmen: la inflación alcanzó el 25%. Ahora volvería a ocurrir. Que un estado aislado corre un mayor peligro de entrar en una situación inflacionaria es un paradigma conocido. En España, la autarquía se abandonó por la inflación, que hizo inevitable el plan de estabilización de 1957 para consolidar la peseta. Hecho esto, se impulsó el comercio internacional, entonces en mínimos, pero vital para el país.

Los estados con estructura autoritaria no sobreviven a largo plazo si no evolucionan a una estructura más laxa, al menos en apariencia. Si lo hacen, ésta puede permitir la supervivencia del régimen de forma distinta a la de sus principios fundacionales. Es lo que sucedió con la RDA, Alemania del Este, que colapsó de forma abrupta en diciembre de 1989, en contraste con su aparente estabilidad.

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Una evolución a una situación política mundial más autoritaria, que es lo que está pasando, hará más fácil el encaje de China en estas nuevas circunstancias.

La evolución en el interior de China en la dirección del mercado y la competencia está asegurada. Hoy en el país hay 300 millones de ciudadanos que aprenden inglés y 120.000 que aprenden ruso. El contraste habla por sí mismo.

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Sin violentar la ideología del Partido Comunista Chino, debería ser posible flexibilizar los dogmas. Ha empezado ya cierto retorno de parte de la sociedad china hacia el confucianismo, cultura eterna en China, parcialmente olvidada en los años más duros del comunismo, y más contemplativa que activa: "Es más importante hacer en colaboración que individualmente". Esta cultura es un camino susceptible de ser recorrido sin aproximarse al capitalismo y la democracia occidentales, que en China son todavía anatema.

Tal y como lo describe Rana Mitter, de la Escuela John F. Kennedy de Harvard, si China abandona el camino de "un estado rico y un ejército poderoso" es posible encontrar un terreno de juego distinto del capitalismo de EEUU y del comunismo de partido y disciplina absoluta de los 60 y 70.

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La evolución hacia estados menos liberales y más autoritarios, y la necesidad del comunismo de evolucionar, a pesar de mantener la propiedad de los medios de producción en manos del Estado –el modelo chino no ha sido económicamente un fracaso– abren la posibilidad de encontrar un punto de coincidencia. La evolución de democracia liberal a más autoritarismo está en marcha, y la evolución de comunismo a menos dogmatismo puede ponerse en marcha si China toma el camino de la coexistencia.

El problema no es la estructura del régimen político, sino que evolucione dejando atrás la intransigencia. Parece que éste será el camino que seguirá China.