Capitalizar las bajas pasiones
1. Inmigración. Ya tenemos lo que faltaba: la cuestión de la inmigración en el centro del debate político catalán. Junts, en su inexorable giro hacia la derecha, reivindica el control de la expulsión de los inmigrantes multirreincidentes, estableciendo así una relación directa entre inmigración y delito que es perfectamente falsa: hay reincidentes de muchos tipos, abajo y arriba de la pirámide. Y es la justicia quien tiene la responsabilidad en la materia. La perversa insinuación que asocia inmigración y delincuencia es gasolina en la hoguera del racismo y la exclusión. No sirve para resolver el problema sino para capitalizar políticamente las bajas pasiones.
La cuestión de la inmigración es extraordinariamente tentadora como cabeza de turco para una parte de la población que se siente –y desde determinadas posiciones se hace todo lo posible para que se sienta– amenazada. Agrupar a los nuestros, cohesionar al grupo contra el otro, dibujándolo como una amenaza, olvidando deliberadamente su contribución a la vida y la economía del país. Y para ello, la primera exigencia es simplificar el problema poniendo el énfasis en quienes buscan huir del malestar y la miseria de determinados países conducidos por mafias que especulan con su miseria y por regímenes políticos autoritarios que los utilizan como instrumentos de desestabilización del otro.
Lo vemos desde hace unos años en Occidente. La inmigración convertida en gran amenaza por una extrema derecha que vive de capitalizar el miedo a la ciudadanía y, en especial, de aquellos sectores sociales que han perdido pie –en la secuencia de crisis económicas y aceleración tecnológica– y se han visto desplazados o se sienten amenazados por el ambiente generado por ciertos medios de comunicación en firme sintonía con el autoritarismo postdemocrático.
2. Patrias. En este contexto, crecen los discursos autoritarios que insisten en la sacralización de las patrias, en la referencia a las naciones como portadoras de valores, sentimientos y experiencias trascendentales, una vía de encuadre con los inmigrantes como amenaza. Y ese discurso, que ha hecho mella en España de la mano de Vox y el PP, penetra ahora en territorio nacionalista catalán. Estamos donde siempre, forzar al individuo a inclinarse ante una realidad superior: la patria como pertenencia de origen, como marca fundamental, ni libre ni susceptible de ser compartida con el otro. El territorio de los que han nacido aquí. Y aún no de todos, porque el origen sigue generando exclusiones, como acabamos de ver en la ley de inmigración francesa, que discrimina claramente a los que han nacido en Francia de padres franceses o de padres extranjeros. Como si las naciones tuvieran propietario y a quienes tienen raíces que vienen de fuera no se les pudiera reconocer la igualdad de condición.
Ya teníamos el debate en el centro del conflicto político español (con Vox y el PP explotando los resentimientos), y ahora un sector del nacionalismo catalán empieza a rivalizar con el nacionalismo español, a ver quién logra movilizar más a las bajas pasiones de la derecha, con los inmigrantes como material incendiario. Tiene razón Pedro Sánchez cuando dice que la alternativa que Vox y el PP ofrecen es el estado de excepción permanente contra otros: los inmigrantes (y los catalanes). Ahora resulta que el discurso reactivo de la derecha española empieza a penetrar en el sector derechista del soberanismo catalán.
3. Justicia. Vamos, pues, a las cuestiones elementales, a la realidad del problema, y no a la explotación ideológica interesada, para subir aquí la espuma de los nacionalismos excluyentes que se expande por Europa. La figura de lo ilegal nos remite a un sujeto no reconocido como portador de derechos elementales. En su nombre se practica la exclusión de forma recurrente. Así que se va desdibujando la idea de humanidad. Y es la emigración la que lo paga primero. Hay un problema, sin duda, pero no es de delincuencia, es de derechos y deberes. En lugar de afrontarlo, se promulga el rechazo y discriminación en presunto interés del reduccionista proyecto unitario propio.
La solución no es negar el problema, es acotarlo, definirlo y buscar opciones realistas que no se sustenten en la construcción y explotación del paria como daño y amenaza. La política debe gestionar la situación en un contexto global extremadamente complicado. Son los jueces los que deben expulsar o condenar a los delincuentes reincidentes de la inmigración, pero también los que van de un lado para otro cometiendo impunemente delitos económicos de altos vuelos que no contabilizan en el relato interesado de los horrores de la inmigración.