Caso Pelicot: los que han callado

"Que la vergüenza cambie de bando" es un buen eslogan, pero lo que ha hecho Gisèle Pelicot va mucho más allá de lo que cabe en un eslogan: Gisèle Pelicot ha dejado claro que no todo es relativo, ni opinable, ni líquido. Gisèle Pelicot ha recordado a todo el mundo que hay víctimas y verdugos, agresores y agredidos, y que los ofendidos y los humillados no admiten ser medidos con la indignidad de quien los ha ofendido y humillado. De manera particular, ha puesto de manifiesto que, hoy en día, en nuestras sociedades europeas avanzadas, las mujeres siguen sin poder vivir tranquilas. Su caso lleva hasta un extremo de violencia todas las violencias, grandes o pequeñas, más descaradas o más disimuladas, a las que están expuestas las mujeres en su día a día por el mero hecho de ser mujeres. Y lo que es peor, a la culpabilización posterior a la violencia. O a la autoculpabilización. Si te ha pasado esto, si me ha pasado, algo debí de hacer mal. Gisèle Pelicot ha dejado incontestablemente claro que ella no había hecho nada malo. Quienes lo hicieron mal fueron su marido, que invitaba a otros hombres a violarla después de drogarla, y todos los que aceptaron participar en la infamia.

Hay que fijarse en ello, Dominique Pelicot y sus cincuenta viscosos clientes. O compañeros. O lo que sean. Hay una diferencia entre uno y los otros: el exmarido de Gisèle Pelicot ha asumido al menos el daño que ha hecho, se ha declarado responsable, ha pedido perdón, ha asumido el castigo. Todo esto no atenúa ni una brizna la atrocidad de los hechos ni la gravedad de las consecuencias, pero nos muestra el comportamiento de un criminal que podemos calificar de adulto. Los otros cincuenta son abusadores que, además, incurren en la cobardía de querer descargarse de toda culpa: piensan que, por no ser los instigadores del crimen, y por haber pagado una cantidad de dinero, ya no son culpables. Callaron durante todo el juicio, y si dijeron algo, incluso si reconocieron haber violado a Gisèle Pelicot, fue porque seguían las instrucciones de los abogados que los defendían. Profesan este tipo de maldad infantil, o infantiloide, muy extendida en nuestras sociedades: el que huye del mal que ha causado, el que no quiere ni pensar en la víctima ni en las consecuencias de sus actos, el que se esconde y solo pretende salir indemne y siempre tiene un repertorio de excusas y acusaciones contra los demás. Los vemos en la calle, en las empresas, en la política, entre los gobernantes. En el caso Pelicot, en la repulsión de todo el asunto, ellos son particularmente repulsivos.

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Cabe destacar otros dos ejemplos de Gisèle Pelicot: uno, la serenidad ante el revuelo y ante su exmarido. "¿Cómo pudo hacer esto el hombre perfecto?", se preguntaba, intentando entender la sarcástica, esquiva, naturaleza del mal. Y dos, su confianza en el valor de las palabras. Ahora que tantos quieren hacer ver que no significan nada, Gisèle Pelicot se ha hecho justicia a sí misma y a las mujeres del mundo, con el único poder de las palabras. Gracias por recordarnos también esto.