El catalán, obligatorio
El alfil asesina con dulce transversalidad. Te mata como cuando se mueve la guadaña para segar. Todo parece estar en cámara lenta, pero va cagando leches. ¡Es un zas! Ya está. Una de las mejores jugadas de ajedrez de la historia puede verse grabada y repetida en la Constitución española: El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla”. Jaque mate sólo con un movimiento de alfil torcido.
Así se gana y así se pierde. El castellano es ley; el catalán, no. El español es obligatorio, el catalán es optativo. El catalán es el suplemento. El plato a pagar aparte. No es necesario. Sí, que ya sabemos que el catalán y el castellano son cooficiales en Cataluña. Sí, que ya sabemos que el Estatut y el tururut violas y su tía reconsagrada: “Todas las personas tienen el derecho de utilizar las dos lenguas oficiales y los ciudadanos de Catalunya tienen el derecho y el deber de conocerlas. Los poderes públicos de Cataluña deben establecer las medidas necesarias para facilitar el ejercicio de estos derechos y el cumplimiento de este deber”. Evidentemente, la ley es legal en España y Cataluña en lo que se refiere al castellano y no al catalán. Quiero decir que con el castellano se acata, con el catalán, no. ¿Os imagináis que en el día a día se hiciera cumplir la ley en Cataluña?
Podríamos declarar el estado de excepción. Todo el día se estaría persiguiendo a gente. En la calle, en las tiendas, en las escuelas, en la administración, en la troposfera y en la mesosfera. No se cumple el catalán adecuado a la ley. En España esto no ocurre. Nadie se persigue. Ni en Francia, ni en Congo, ni en Costa Rica. No se persigue a nadie: todo el mundo cumple la ley de forma natural. Cómo es obligatorio el carné de conducir. Como los impuestos: son desagradables, tocan los carachos, pero son necesarios e... ineludibles, inexcusables, imprescindibles. El catalán, no. Porque todo lo importante es así: obligatorio. Por eso, por decreto ley, o decreto de sangre, neuronal, lo hacen esencial, primordial, vital. La vida no es una fiesta: es matanza del cerdo para que coman a los demás.
El castellano, como el inglés, o el ruso, son fruto de la sangre, de la ley, hecha realidad. Por eso no deben ser simpáticos, agradables, fáciles. No. Son lenguas que deben saberse si quieres vivir y ser legal, demócrata o marsupial. Nadie te pregunta. Las aprendes por conexión directa. Las respiras en el aire. No son libres, espontáneas, opcionales. Las lenguas mandan. El catalán no es un idioma para niños de P3. Y para unicornios de colores. Es una lengua para hablar con los vivos y los muertos. Es una lengua para jugar al ajedrez. Stop lenguas simpáticas. Stop indigencia mental. Stop complejos de inferioridad. Nosotros somos jugadores de ajedrez.
Bobby Fischer, uno de los maestros de ajedrez más universales, reflexiona sobre el catalán. No sólo es que el juego, como la lengua, necesite una concentración total. De cuerpo y alma. Es que el “punto de inflexión de mi carrera fue cuando me di cuenta de que las negras debían jugar no sólo por la igualdad, sino por ganar”. La lengua, como el ajedrez, necesita disciplina, necesita obligatoriedad. Ésta es la ley natural de un juego donde desde el rey hasta el último peón son necesarios para ello: para ganar. Porque delante tienes las blancas. Y las negras. Ante siempre tienes a alguien. Y tú estás solo, con tu lengua. Contigo mismo. Y tu obligación es ganar, ganar, ganar... Escado y mate.