Catalanonostalgia
Hace un par de semanas presentamos mi primera novela en el teatro principal de Liubliana, Eslovenia. También vino la televisión nacional a entrevistarme. Situación: hay dos millones de eslovenos en el mundo, la mitad habla la lengua, pero tienen unas instituciones fuertes, un estado que los recoge y una historia que les protege. Lo digo en la presentación, el público me escucha, es mi momento Pau Casals, pienso, ríen cuando digo que el catalán es una lengua frágil, no lo entienden, si nos multiplica en hablantes, replican, lo sé, lo sé, les respondo, es que no es eso, es otra cosa, espere: es este despliegue, la portada de un autor catalán impresa por las calles de la ciudad, la fortaleza que se mide en autoestima, la energía que tiene quien no ha de defenderse ni ampararse ni contagiarse a la suerte. Pau Casals modo off. Última lloradera: me pide que le firme el libro una chica bosnia musulmana que aprende catalán en la universidad porque sí, justo imagine qué llego a oír. ¿Es este arrebato por dentro lo que significa sentirse parte de un sitio? ¿Es este tipo de emoción lo que significa formar parte de una comunidad? ¿Es éste encontrarte con alguien que se te parece lejos de casa lo que representa tener una?
Recuerdo que por la noche, en medio de la fiesta, una escritora eslovena me habló de la yugonostalgia, y yo, que no sabía que tal cosa existía, le pedí más, llamándole al oído, como si no petara el tecno de fondo. También es cierto que la misma persona me confesó que la única frase que sabe decir en castellano es: “¿Cuánto tiempo te quedarás conmigo, preparo café o preparo mi vida?”. Quiero decir: créete tú algo. En fin, para que no se haga bola, explicaremos el concepto a través de tres iconos eslovenos.
Melanía Trump. Dice la leyenda que Melania regaló potica (una especie de brazo de gitano eslovenísimo) al papa de Roma en una visita oficial al Vaticano. Pero la cosa no fue así: resulta que Francisco le preguntó a la primera dama, durante el bisama, si alimentaba al marido a base de potica (bien atrevido, el Papa), que se pronuncia potizza, y el personal creyó oír pizza, pero Melania sonrió, como diciendo que sí, con esa complicidad de dos personas que comparten un secreto entre la multitud.
Melanija Knavs nació en 1970 en Sevnica. Los sueños son grandes, peligrosos, lo sabe ella y lo sabes tú: me pregunto si todavía debe evocar los días plácidos en los que era una top model inocente y el nombre no se lo habían cambiado. Tan poca gente sabe que Melania es eslovena como tan poca gente sabe que Eslovenia es un país bastante genial. Hay nostalgia en lo que podrían haber sido y no son: el centro de Europa, latiendo a mil justo en medio del continente, pero resulta que han quedado en una cosita disimulada a la que, seguramente, ya le está bien vivir del recuerdo. De hecho, la felicidad debe tratar de encontrar el equilibrio quirúrgico entre el conformismo y el deseo.
Slavoj Žižek. El filósofo esloveno tiene un vídeo icónico en el Pont dels Morts, en Liubliana, donde señala una banda y dice “esto son los Balcanes” y señala a la otra y dice “esto es Europa”. He ido. He mirado a un lado, he mirado a otro, y lo he entendido. Eslovenia fue durante la época yugoslava una bisagra entre los dos bloques, algunos dicen que eran los años del sueño, de la utopía, de la mezcla ideal entre libertad y control, pero también es cierto que muchos jóvenes que la vinculan no la van vivir y la melancolía, entonces, se redobla: ¿se puede añorar lo que no se ha vivido? ¿O quizás es que la melancolía es precisamente eso?
Napoleón Bonaparte. En Liubliana se alza el único monumento fuera de Francia dedicado al emperador. Esto es para agradecerle que no los destruyera. Quiero decir: se ve que Napoleón habría podido trincharles y decidió pasar de largo y no cabrearles demasiado. Por eso le aman: porque no los conquistó. Creo que hay algo bonito en eso de hacer un monumento no al salvador, sino al que no te mató y pudo hacerlo. Quizás el agradecimiento debería funcionar siempre así: no en diferido, adelantándose a los acontecimientos. Y amar también es un poco eso: abrazarte a alguien que, en cualquier momento, podría hacerte daño. Nostalgia absoluta.
Después de comer, subo al castillo y veo caer la tarde. En un banco, una pareja enciende un hornillo y se prepara un té. En otro, dos enamorados se besan a base de bien. En la plaza, una boda. Un grupo de amigas se toman fotos con el horizonte de fondo. Yo pienso en mis amigas: ¿qué harán? ¿Pensarán en mí? El cielo se oscurece y casi se siente la ciudad respirar, como un pulmón cansado. Las luces de los edificios se encienden. Podría ser Praga, Budapest o cualquier ciudad algo triste y algo feliz. Volviendo a casa (ups, el hotel) siento unos mirlos piar. Por la noche, Luka me dijo, huyendo de la fiesta, después de oír en medio de la oscuridad a unos pájaros gritando, que la primavera ha llegado demasiado temprano, y que los pájaros lo saben. Que los pájaros lo saben todo, dijo. Y yo me pregunté si esta forma suya de entender el país más como una nostalgia que como un presente, quizás también es la nuestra.