Catalunya es capital
1. Un regalo a Europa. "El rostro pétreo" de Feijóo en su aparición pública la noche electoral, en expresión del Financial Times, quedará como icono del 23-J. El líder del PP no podía creer que el trabajo sistemático y con coartada patriotera del aparato político, mediático y empresarial que lo acompañaba hubiera fracasado.
Buena parte de la prensa extranjera celebra la sorpresa de que España haya roto la dinámica que ha ido decantando a muchos países europeos hacia un proceso de radicalización reaccionaria. Había cierto fatalismo en el ambiente: parecía natural que España, con su historia, se incorporara al proceso en curso. Y, sin embargo, el electorado ha castigado duramente a Vox y ha dejado con la boca abierta al PP, una derecha irresponsable que había abierto el ciclo pactando el gobierno valenciano con un partido neofascista comprándole las exigencias especialmente en materia de discriminación cultural y cancelación de derechos individuales.
La pregunta que me han hecho algunos amigos extranjeros es si esa sorpresa tiene que ver con la experiencia y la memoria del franquismo. Y mi respuesta es que sí, pero en ambas direcciones. El franquismo es todavía el referente de una parte importante de la derecha española, y al mismo tiempo esta reaparición a través de Vox y del propio PP ha chocado con la reacción de una parte de la ciudadanía vacunada por aquella cruel experiencia y que todavía tiene las defensas activas. Y el PP, que había optado por blanquear a la extrema derecha, ha quedado retratado. España rompe así una inercia europea, componiendo a la vez un curioso mapa de la Península que diferencia a territorios más o menos sensibles a la amenaza fascista. Y, en ese sentido, Catalunya es capital. Con PP y Vox condenados a la irrelevancia. Y con una apuesta por el voto útil –el que más directamente frenaba a la derecha– que ha dado una importante cantidad de voto prestado al PSC, en parte proveniente del independentismo.
2. El voto se mueve. Un signo de una sociedad madura es que el ciudadano no es esclavo de adhesiones incondicionales, sino que es capaz de hacer política con su voto, es decir, saber distinguir en los momentos adecuados la diferencia entre la contradicción principal y la contradicción secundaria. Y en este caso se trataba de reconocer que no estábamos ante una normal alternancia derecha/izquierda, sino ante el riesgo de que España entrara en el autoritarismo posdemocrático. Se ha evitado, y la derecha española ha quedado perfectamente descolocada.
Al mismo tiempo, el ejercicio interpela al independentismo. Una parte de sus electores han optado por el voto útil y otros por el infantilismo de la abstención. La evidencia de las relaciones de fuerza marca la necesidad del propio independentismo, si no quiere entrar en fase de decadencia definitiva, de hacer política de lo posible y dejar de perderse en el debate de la impotencia: los auténticos y los traidores. La realidad es tan patente que solo el autoengaño puede hacer creer que el objetivo está al alcance de la mano. Y sus propios electores se lo han recordado poniendo la emergencia inmediata –la amenaza neoautoritaria– como objetivo a evitar.
3. Los números cantan. Salvo alguna maniobra ahora mismo inimaginable (¿quién querrá rescatar a Feijóo después de todo esto?), la única posibilidad de gobernar la tiene Pedro Sánchez con la colaboración de todos los que han participado en la mayoría de gobierno de la legislatura pasada y con la abstención de Junts. La alternativa es repetir elecciones. Tal y como han ido las cosas, Sánchez vuelve a ser el mejor activo del PSOE. Es impensable que el sector conservador del partido (con Felipe González y su vieja guardia desde las catacumbas) realice una ofensiva para facilitar la elección de Feijóo. Podría ser el principio del fin del PSOE, conforme al modelo del derrumbe del Partido Socialista Francés.
Una carambola electoral ha dado a Junts, en un momento de bajón electoral, una posición estratégica en la eventual investidura de Sánchez. Es lógico que Junts exhiba el programa de máximos para encarar cualquier negociación. Pero parece de sentido común que tendrá que acabar en la abstención, si no quiere quedar marcada por salvar a la derecha. O por haber llevado a una repetición electoral cargada de incertidumbres. Lo contrario sería creerse que todo le está permitido, es decir, un puro delirio nihilista de quien niega la percepción real de las cosas.