Dos personas discuten en una imagen de archivo
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Ya sabéis que en agosto dejo de hablar de economía para escribir sobre otras cosas de la vida. Esta semana quiero dedicar la columna a lo que ocurre cuando hay personas que se oponen a una decisión determinada cuyas consecuencias son inevitables e indeseadas.

En esas situaciones, a veces nos planteamos ceder, precisamente por la presión en contra. Y, cuando los que presionan emocionalmente son miembros de la familia, el tema se complica más. Chantaje emocional, se llama. No queremos estar a malas con los que más queremos y corremos el riesgo de claudicar en decisiones que van incluso contra nuestros criterios y valores. A menudo, acabamos por ceder total o parcialmente. Especialmente con hijos en la adolescencia y juventud, que son quienes más presionan.

Esta misma semana, sin ir más lejos, he vivido una situación familiar parecida. Mantenerme firme en contra de todos me generaba cansancio, desánimo, desazón. Estaba de malhumor en plenas vacaciones. Y llegó un punto en el que me di cuenta de que tanto dejar de pelear como seguir peleando no conducían a nada. Así que cambié la actitud. Pasé a vivirlo con ligereza, sin ira ni exigencia. Con alegría, a pesar de las malas caras, incluso. Y, de repente, todo el entorno empezó a ajustarse. Las personas alrededor se movieron. Y la situación, aunque sin resolverse del todo, empezó a respirar.

A veces más útil que cambiar la decisión tomada es cambiar la actitud. También se dice que la actitud marca el carácter, el carácter el hábito, y el hábito define el destino. Y no me parece exagerado. Nuestra forma de reaccionar ante la dificultad tiene más consecuencias de las que creemos.

Cuando algo se tuerce, claro que uno se siente frustrado. Somos humanos. Pero es bueno detenerse y preguntarse: ¿qué puedo resolver? Y lo que sea solucionable, lo abordamos. Lo que no, lo enfocamos con una actitud que mantenga el buen ánimo, y si es posible, el sentido del humor. No siempre se logra, pero ayuda muchísimo. La mayoría de nuestras interacciones dependen de esa disposición. Cuando mantenemos el buen ánimo, las personas a nuestro alrededor responden mejor. Las puertas se abren. Las soluciones aparecen. La atmósfera cambia. Hay una fuerza invisible en quien afronta con alegría el malhumor ajeno.

No pretendo ser un gurú emocional. Solo quiero compartir que cuando el curso de la vida se tuerce, lo esencial no es evitar la consecuencia inevitable, sino no permitir que se convierta en desánimo y mal humor.

Una actitud predispuesta y el ánimo y la alegría nos rescatan siempre.

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