Del cielo y de la tierra

1. Equidistancia. El papa Francisco ha hablado de las elecciones americanas con un inesperado ejercicio de asombrosa equidistancia. “Ambos candidatos –ha dicho– están contra la vida. Sea el que reenvía a los migrantes, sea el que mata a los niños”. Y ha añadido: “Hay que votar, es necesario escoger el mal menor. ¿Quién es el mal menor? ¿Esta dama o ese señor? No sé. A cada uno su conciencia”. Sorprende que un Papa que se ha caracterizado por ir bastante por libre frente a los sectores más reaccionarios de la Iglesia haga un ejercicio de ambigüedad que tiene un primer efecto evidente: rescata a Donald Trump, le da legitimidad por la vía de rebajar Kamala Harris a su nivel: dos encarnaciones del mal.

Y, sin embargo, el Papa dice que se debe ir a votar, que es un deber, y que “hay que escoger el mal menor”. Los condena pero los recupera. Señalarles como el daño no le impide apelar a la obligación de votar. Es decir, en un momento en que había señales de viento a favor de Harris, el Papa iguala a los dos candidatos por abajo. Extraño ejercicio. No dudo que hay católicos en ambos lados. Pero sí sorprende que el Papa Francisco –con su talante aparentemente poco dogmático– salga en este punto de su carrera echando una mano a Trump precisamente cuando empezaba a echar señales de deshincharse.

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Puedo estar de acuerdo con el Papa cuando dice que “hay que escoger el mal menor”. Pero no sólo en ese caso: es una ley del más elemental sentido crítico. Afortunadamente, nunca existirá el candidato perfecto, éste sí que me daría miedo, y cuando hay alguno que parece creérselo, por principio evito votarlo o recomendarlo. Pero en este caso hacer la enmienda igualando en maldad a los dos candidatos habiendo un personaje como Trump, un peligro para Estados Unidos y para el mundo entero, me parece una frivolidad que sorprende en el caso del papa Francisco. Por mucho que la Iglesia se aferre a cuestiones como la del aborto que las sociedades regulan contra su voluntad, el mal menor, en este caso es votar a Harris. Y estoy seguro de que el Papa lo sabe.

2. Aterrizaje. En nuestro país la dramatización ha decaído y no deja de ser sorprendente la aceleración con la que se está poniendo en marcha una nueva etapa. Casualidad o no, desde el acuerdo entre el PSC y Esquerra, no sólo en la política catalana sino también en la española, los partidos están cambiando de piel –que no significa de alma. Parece como si se hubiera optado por dejar reposar los grandes objetivos y las promesas para entrar en el terreno más prosaico de las oportunidades. Y las voces que rumian cada vez son menos. ¿Cuánto tiempo hacía, para salir del caso catalán, que dos presidentes autonómicos del PP no visitaban al presidente Sánchez en la Moncloa? Pequeños indicios que anuncian un momento en el que todo el mundo quiere recoger algo después de los años de la alta tensión.

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El acuerdo por la “financiación singular” entre los socialistas y Esquerra ha sido leído como una oportunidad para llenar la pausa tras el agotamiento de la batalla y todo el mundo se apunta a ella. Empezando por el PP, que hace ya números una vez visto que con la estrategia permanente de demagogia y ruido en nombre de la patria que se rompe se le reducía el recorrido. Lo que se había anunciado hace ya unos meses –el Proceso agotado ya no daba más de sí, hasta la próxima, que ya llegará–, se ha confirmado. Y es hora de cambio de estrategias. Como siempre en estos casos, el PNV va por delante y ya mueve. Y todo se irá ajustando a las derechas periféricas (Juntos, entre ellas, cuando se acabe de sacar de encima los restos de la etapa anterior) para cuando llegue el momento de echar una nueva mano a la alternancia PSOE- PP.

Curiosamente, los primeros que se derrumbaron cuando el Proceso fue más allá de los límites y comenzó el retroceso, fueron los que habían nacido y vivido sólo para luchar contra él. ¿Alguien recuerda a Ciudadanos? Ahora toca la readaptación de todos aquellos que venían de lejos y no eran episodios ocasionales estrictos fruto del oportunismo del resentimiento. Durante un tiempo –es difícil saber cuánto– predominará la economía, el reparto del dinero y la política sin precisos atributos. Hasta otra.

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