Claudi Alsina: recuerdos personales

Se ha ido un antiguo y querido amigo, Claudi Alsina. Nos conocimos a mediados de los años 70, en Berkeley. Yo enseñaba y él, profesor joven de matemáticas en la escuela de arquitectura, hacía visitas. Hablábamos de todo pero muy especialmente de dos temas que marcaron su vida profesional y cívica: las matemáticas y la universidad. Hasta el punto de que cincuenta años más tarde nos ha dejado, por un lado, una cuarentena de libros de matemáticas, tanto de monografías técnicas –publicadas en inglés, y algunas muy bien premiadas– como de divulgación –un ámbito en el que tenía una maña muy especial y en el que exhibía una proclividad humorística característica suya. Me consta que la última semana de su vida, ayudado por sus queridas Carme y Victòria, corregía galeradas de su próximo –no quiero decir último– libro.

Por otro lado, en estos cincuenta años ha acumulado una hoja de servicios excepcional en la universidad catalana, desde posiciones de liderazgo en la UPC y en la Generalitat de Catalunya. En la Generalitat fue director general de Universidades y secretario del Consejo Interuniversitario de Catalunya en el último gobierno del president Pujol y en los del president Mas. Aquí nos reencontramos y pudimos reanudar nuestras viejas conversaciones de Berkeley en un entorno más práctico y, sobre todo, más lleno de responsabilidades. La conversación ha continuado hasta hace dos meses.

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Claudi era un activista pausado. Nunca perdía los estribos y empleaba la ironía con una suavidad experta. No se notaba, pero era incansable. Yo me maravillaba de que durante los períodos de servicio público muy intenso iban apareciendo, con una regularidad sorprendente, nuevos libros, incluyendo algunos de los más técnicos. No lo parecía, pero debía de dormir poco.

Claudi amaba la docencia, que lo llevó a Gaudí. Como matemático encontró trabajo en la escuela de arquitectura. Pensó que aunque no era arquitecto le correspondía, por el bien de sus alumnos, estudiar las matemáticas de la arquitectura. Y de esta predisposición a percibir, estudiar y difundir la enorme riqueza matemática que hay en la obra de Gaudí solo hay un paso, que dio con entusiasmo y colaborando con los arquitectos y técnicos de la Sagrada Família, algunos de ellos alumnos suyos. Una anécdota: estaba muy contento de que por la vía de un arquitecto australiano que había trabajado con él, una importante universidad australiana –el RMIT– instalara su base europea en Barcelona. Matemáticas, universidad, Sagrada Familia, Barcelona, Catalunya todo junto: ¿qué más se podía pedir?