La claudicación de Europa
Europa es puente. Tiene que volver a ser ella misma. La combinación de las tres almas: la occidental, la latina y la central. Europa no puede estar escorada como una Europa americana. Debe reanudar el camino perdido: poder de mediación y voluntad de federar, empezando por sí misma. El poder político se fortalece si se comparte. Una Europa federal que supere la actual estructura fallida. Y que contribuya a desescalar el mundo desde su singularidad. Lo dijo el pasado jueves Massimo Cacciari en una pasional conferencia inaugural del Festival de Humanidades de Dénia.
Cacciari fue una figura destacada de la política italiana en el cambio de siglo, en los años de la resaca de la caída del Muro de Berlín. Filósofo reconocido, con incidencia sobre una izquierda en fase de reconstrucción, fue alcalde de Venecia en dos mandatos, de 1993 a 2000 y de 2005 a 2010, y predicaba un discurso de reanudación: Europa tiene que dejar de ser un continente que se autodestruye para ser un mediador eficiente para romper barreras. Había caído el muro de la vergüenza y había espacio para soñar. Y, sin embargo, la ilusión de esos momentos decayó pronto. Y volvieron a crecer barreras por todas partes.
Ahora Cacciari relanza la idea que ilusionó entonces pero que se atascó en una transición llena de sordideces. El telón de la liberación descendió bastante rápido y ha dejado un montón de países en el olvido. Y estamos en vísperas de una elección americana que podría enterrar cualquier ilusión si ganara Trump. Seguramente es esa amenaza la que hace que Cacciari retome ese discurso interpelando a Europa: ¿volveremos a distraernos? El problema es que la Europa actual no es la de la ilusión del derrumbe del comunismo. Es una Europa en una regresión cultural y moral evidente, con poderes cada vez más cerca de la pérdida de la noción de límites, como es el caso de ciertos magnates todopoderosos que ya sobrevuelan descaradamente la política, y con la vecindad de gobernantes directamente nihilistas como Netanyahu o Putin, que nadie se decide a detener. Una Europa que en vez de realizar un viaje propio para ampliar espacios, abrir barreras y construir puentes se está decantando inexorablemente hacia el autoritarismo posdemocrático, plegada a los americanos, con escaso impulso para abrirse al mundo y contribuir a la distensión con espíritu constructivo, de apertura a los demás. El juego del amigo y del enemigo está más caliente que nunca. ¿Qué puede ofrecer al mundo quien rechaza a los parias que vienen de fuera? El voluntarismo de Cacciari es una advertencia que llega en un momento en el que Europa avanza día a día hacia la vía negra del autoritarismo posdemocrático. Es decir, de la claudicación.