El codiciado cargo de exministro
Ya estamos a las puertas de Navidad, y la fecha me ha hecho recordar que, en el siglo XIX, a los cargos oficiales se le llamaba "el turrón". Dulce bicoca. Siguen siendo codiciadas, las prelaturas públicas, pero no tanto. Hoy la corrupción ya no tiene las proporciones míticas y sistémicas de España y Cataluña de antaño, y además la cargadora exposición mediática es infinitamente superior. De modo que ahora quienes han probado el poder, cuando de verdad disfrutan es... una vez pliegan. Con su fina ironía, el historiador Josep Maria Ainaud de Lasarte escribió hace años que "ser ministro es el primer paso para llegar a ser exministro".
Los ministros, los consejeros, los concejales, ya se sabe, se encuentran con una maquinaria administrativa que es como un transatlántico, difícil de cambiarle el rumbo. Mandan los altos funcionarios, tal y como retrataba con humor la mítica serie de la BBC Sí, ministro. Mangas un presupuesto que te viene dado y que en buena parte ya está gastado antes de empezar. ¿Poder? A menudo consiste en poner algún acento, en hacer gestos... En fin, la mayoría pliegan (o los pliegan) liberados de tanto corsé.
El admirado Joan Majó hace décadas que se presenta felizmente como exministro de Industria, un despacho gubernamental por el que, por cierto, han pasado varios catalanes. Sabido es que Madrid tiene poca tendencia a llamar naturales del Principado. Ahora mismo, el gobierno de Sánchez, siendo el más proclive a la plurinacionalidad desde los inicios de la democracia, es, si nos atenemos a sus miembros, de los más madrileños de las últimas décadas. Por lo que respecta a los catalanes, no ha roto la tendencia. Si en algún terreno se nos valora mínimamente es en asuntos económicos: dinero, números, trabajo, riqueza. Y algo de cultura, como bien probó Solé Tura y recientemente el efímero Iceta, que ha cumplido con celeridad el objetivo fijado por Ainaud: ya es exministro. Y hacia París falta gente.
Hoy tenemos al exalcalde Hereu en Industria. Suma, pues, otro ej en su currículum, y emula así a Narcís Serra, que pasó de la capital catalana a hacer cuadrar a los militares. Colau, en cambio, ha renunciado a ser un día ex ministro. Por el momento. Es joven y la política da muchas vueltas. Siguiendo la tradición, no puede descartarse que Collboni acabe, tarde o temprano, en una poltrona del consejo de ministros, que es el lugar natural de quienes son profesionales de un partido con el centro de gravedad en Madrid. O de los que, como decía Cambó (también ex ministro por doble partida), creen en "Catalunya y la España grande". El PSC de ahora, que se mueve bien en los círculos lobísticos, es seguramente el más camboniano de la historia, y no solo en términos nacionales. El ex ministro Salvador Illa, hombre de orden, lo tiene claro. Por mucho que el poder tenga evidentes limitaciones, el poder es el poder. ¿Su actual aspiración? Llegar a ser expresidente de la Generalitat.
Si miramos atrás, en el XIX los primeros futuros exministros catalanes fueron de Hacienda: Antoni Barata (1821) y Pere Surrà y Rul (1841). Y después Jacint Feliu Domènech i Sastre, que como Serra y Hereu reúne la doble condición de exalcalde de Barcelona y ministro: en su caso tres veces con Isabel II entre 1843 y 1854. Ninguno de estos primeros nombres decimonónicos ha dejado mucho rastro . Luego sí vinieron de relevantes: Pi i Margall fue ministro de Gobernación y presidente, al igual que Estanislau Figueras, que se largó (en París, como Iceta) con esa célebre frase: "Estoy hasta los cojones de todos nosotros". Y, todavía en Hacienda, el injustamente poco recordado Laureà Figuerola, creador de la peseta en 1869. Todos ellos tocaron "turrón". Podríamos seguir con la lista...
La fortaleza de una democracia puede medirse también con el grado de normalización de la condición de ej. Saber disfrutar con dignidad y cierta discreción. Claramente, los expresidentes españoles lo traen peor que los catalanes. El histerismo patriótico de Aznar y González es de traca y pañuelo. Y así le va a España. Y nos va a todos. Feliz Navidad y buenos turrones, de los de verdad. ¿O pronto deberemos decir buen panettone?