El código rojo de Ayuso
El problema de mentir siempre es que acaba perdiéndose el sentido de la realidad. El problema de salir siempre victorioso mintiendo es que acaba por sucumbir a la propia arrogancia. Es lo que le ocurrió el pasado jueves a Isabel Díaz-Ayuso en la Asamblea de Madrid, cuando, respondiendo preguntas de Manuela Bergerot, portavoz de Más Madrid, admitió implícitamente haber decidido no trasladar a los hospitales a los ancianos enfermos de las residencias geriátricas durante los meses de marzo y abril de 2020, la ola más letal de contagios por coronavirus. El PP siempre había negado que se hubieran aplicado los protocolos que llevaron a la muerte de 7.291 personas a los geriátricos de Madrid (según informaciones publicadas por el diario InfoLibre, no desmentidas por nadie). Pero el encendido alocución de Ayuso en la Asamblea de Madrid (una institución donde ya se comporta como si fuera su propiedad) dejó en evidencia que estos protocolos se aplicaron. Ayuso vivió su “por supuesto que ordené el código rojo”, la frase que gritaba, enfurecido y prepotente, Jack Nicholson en el filme Algunos hombres buenos.
“Cuando una persona mayor estaba gravemente enferma con el cóvido, con la carga viral que había entonces, no se salvaba a ninguna parte”. Estas fueron las palabras literales de Ayuso, pronunciadas en medio de un alboroto demencial de gritos, silbidos, taconazo contra el suelo y golpes de mano plana sobre los escaños. El resumen que se ha hecho popularmente es “total, habrían muerto igual”, que es justo lo que querían decir las palabras de la presidenta de la Comunidad de Madrid. Conociendo el tono, las formas y las intenciones del personaje y de su entorno, no es que sean del todo sorprendentes.
Sí que son de una gravedad insólita. Con ellas, Isabel Díaz-Ayuso ha pasado un umbral que la sitúa más allá del ámbito de la posverdad y los hechos alternativos en los que se mueve habitualmente. Se ha situado en un punto de dejadez ética en el que le parece correcto que las personas (da igual si son ancianos o jóvenes, como si esto fuera relevante), cuando están gravemente enfermos, mueran de dolor y asfixia, en soledad, comidos por la angustia y la tristeza. Esto no sólo da una idea de su consistencia ética, sino también de su desprecio por la sanidad pública y por el deber que tienen médicos y enfermeras de auxiliar al enfermo, muy en particular en su momento más difícil, que es el de la muerte. Son palabras que la invalidan no sólo como gobernante, sino también como persona. Y por supuesto, muestran que Isabel Díaz Ayuso no está en condiciones de asumir responsabilidades públicas. Sin exagerar nada, es un peligro para los ciudadanos.
Son palabras que posiblemente constituyen delito de odio, porque van dirigidas a un colectivo vulnerable (este sí, y no la policía). Sorprende que la Fiscalía no actúe de oficio contra ella. También, que el escándalo dentro de la ciudadanía no haya sido mucho mayor. Para muchos, y eso es lo peor, esa monstruosidad verbal debe ser una expresión de firmeza.