El consultorio poco útil de Berto Romero

El humorista Berto Romero ha estrenado programa en la plataforma Movistar+. El consultorio de Berto es un spin-off del espacio de preguntas y respuestas que en su momento hizo dentro del programa Late motiv de Andreu Buenafuente. Ahora, semanalmente, atiende las dudas de la audiencia rodeado de público. “Tenéis que verme como una bestia cómica engabiada a la que obligáis a que os haga reír a cambio de un buen dinero”, decía a los espectadores. El programa es sencillo. Berto responde a las consultas que le llegan a través de mensajes de audio que graban los espectadores y un par de preguntas que le hace el público en directo.

El género del consultorio es heredero de la radio, y desde los años 50 era útil sobre todo para una audiencia femenina que podía hacer consultas de manera anónima. El consultorio de Elena Francis es el ejemplo más emblemático en España. En una sociedad en la que las mujeres no tenían acceso a la información y el silencio se les imponía como muestra de su obligada docilidad, el consultorio anónimo servía como solución de emergencia. El género evidenciaba la autoridad que se daba en ese momento al medio, que se convertía en plataforma de rescate para la vida cotidiana de muchas personas. Lo que ocurría en estos programas era un retrato muy sintomático de la sociedad de la época. Las condiciones de vida de muchas mujeres, la ausencia de derechos, el machismo, las dificultades económicas, los miedos que imperaban, la represión...

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Casi ochenta años después, el consultorio se ha convertido en una parodia de él mismo. La pregunta solo tiene sentido si sirve para reforzar la figura de quien responde, de la estrella mediática: el humorista en tanto que nuevo gurú de las miserias existenciales.

En El consultorio de Berto todo es anodino e indolente, desganado. Es tan fácil y poco elaborado que incluso pierde la intención. La primera consulta es de una pareja, para recordarle algunos fracasos televisivos. La segunda, para preguntarle si existe alguna relación entre el tamaño de la nariz y la de los genitales masculinos, especialmente en su caso. Consultas que, en cierto modo, tienen que ver con el “yo” del humorista, con hacerlo hablar de sí mismo. Otro llama y explica una curiosidad sobre su gato y después le pregunta a Berto. "¿Te ha gustado mi historia?" Uno le reprocha no haberle podido consultar, en su momento, sus problemas de calvicie, y ahora que ya está calvo lo manda a freír espárragos. Otro lamenta que no sabe qué discurso hacer en la boda de su prima. Uno del público le consulta por qué los hombres se tiran los pedos con mayor contundencia que las mujeres. No es un material muy exigente como punto de partida, y las respuestas se pierden en la tontería poco esforzada, que se juega todo al ego del protagonista y no a la voluntad de utilizar el humor para algo más ambiciosa. El consultorio de Berto es autocomplaciente y vacío. Seguramente es el único que se atreve a hacer una plataforma como Movistar+. Pero en una época en la que el humor puede ser muy útil para reflexionar sobre tantas cosas importantes, utilizarlo con esta abulia y hacer un espectáculo tan blando e insulso es, sin duda, otro retrato de nuestro tiempo.