Acabo de terminar la apasionante lectura deUn corazón furtivo, la supuesta biografía de Josep Pla, que acaba de publicar Xavier Pla. He dicho supuesta porque así es cómo se presenta, y de hecho lo es. Pero está escrita con tanto talento biográfico que a Xavier Pla se le escapa de las manos y la narración de la vida de Josep Pla se convierte en una auténtica novela. De hecho yo la he leído así y me ha dado tanto placer literario como la lectura de Guerra y paz. Ya sé que hoy en día lo de la literatura se ha convertido en una práctica indecisa, que los géneros tienen fronteras difusas. Pero, seguramente sin quererlo, Un corazón furtivo se ha convertido en una novela, y si es así, tenemos enfrente la gran novela catalana del siglo. Porque, yo pienso, que el protagonista no sea inventado, que los avatares de su vida no sean ficticios, no hace que esta larga narración de mil quinientas páginas no pase del género biografía al género novela. La estructura es de novela, capítulos relativamente breves y temáticos, ordenados no cronológicamente como sería el caso de una biografía estricta, sino según la conveniencia del relato. La conveniencia narrativa, la afectiva, la estética. Y la peculiaridad de esta novela es que la voz del protagonista es real, quiero decir que cuando Josep Pla habla, no es ficción del narrador omnisciente, sino que son documentos reales rastreados y exprimidos hasta la última sustancia. Y no es solo el protagonista Josep Pla quien habla así, sino también los personajes digamos secundarios. No sé, porque no he perdido el tiempo en contarlas, cuántas citas contiene la novela. Pero existe un tejido de voces trabadas que provocan y se responden: artículos, cartas, fragmentos de dietario, telegramas, postales. Las voces se responden. Las voces reclaman, las voces se quejan, por la apatía de unos personajes, por los desamores de otros. Las amantes de nuestro protagonista, desde Adi, la que podríamos llamar el amante intelectual, hasta Luz, la amante platónica, pasando por Aurora, el amante carnal, y Consuelo, amante terminal del retour de âge, aparecen y desaparecen. Son un cuarteto de voces sobrecogedor, un historial de ocasiones perdidas.
Xavier Pla es un sabio. Después de contar la historia de Luz, que ya es de por sí un relato novelístico de primera categoría, su historia normal, boda, hijos, divorcio, fracaso profundo de aquella que Josep Pla destinaba a ser la Proust de l alta sociedad de Buenos Aires, después de haber hecho hablar al protagonista sobre la belleza de la chica de dieciséis años, Xavier Pla pasa a otro capítulo que titula Tadzio en Kuwait. Ya me dirán si ese título, puesto después del capítulo dedicado a la belleza de Luz ya la tristeza con la que el tiempo marca toda vida no es de gran novelista. Nuestro protagonista ahora es deslumbrado por un chiquillo de Kuwait, un cuerpo perfecto, una gracia irrepetible. Esa imagen queda grabada en el corazón de nuestro protagonista durante muchos años, quizá para siempre. No sabemos cómo se llamaba aquel muchachito. La sabiduría de Xavier Pla le lleva a terminar el capítulo de Kuwait con un viaje al Lido de Venecia. El muchacho kuwaití sin nombre hace pensar al narrador de nuestra novela en Tadzio, el objeto del deseo del protagonista de La muerte a Venecia, de Thomas Mann. Una pirueta lo suficientemente arriesgada si no fuera que Josep Pla la había leído, claro. Y Xavier Pla lo aprovecha para remachar la fascinación de Josep Pla por la triple belleza andrógina de Luz, el muchachito kuwaití y Tadzio.
Las diferentes etapas de la vida de nuestro protagonista, Josep Pla, a partir de la memorable entrada en tartana en Girona, por Pedret, cuando lo llevan al colegio de los Maristas, los estudios en Barcelona, la vida caótica, la incansable actividad periodística , la República, la Guerra Civil, la triste posguerra, la obsesión por escribir y la obsesión por ser leído. La etapa de Destino, larga y, al final, triste, la soledad, siempre presente, todas las etapas se van sucediendo. El personaje vive, crece, evoluciona, pero en el fondo siempre es igual.
Y, cómo no, nuestro personaje llega que se muere. Un tifus lo deteriora y le asusta. Un infarto, maravillosamente narrado, le hace ver que el viaje se acaba. Pero lo que no termina es la diabólica manía de escribir. Viejo, delgado, demacrado, Pla escribe y escribe: “Me llamo Josep Pla i Casadevall. Nací en Palafrugell (Empordà pequeño) el 8 de marzo de 1897…” Y lo repite, obsesivo. ¿Cuántas veces?
Durante la lectura de esta novela, más de una vez he derramado una furtiva lágrima.