La crisis de Ceuta es una crisis europea

La entrada irregular de 6.000 personas en España a través de la frontera con Ceuta en las últimas 24 horas ha provocado una grave crisis diplomática entre España y Marruecos, con los llamamientos a consultas de los embajadores respectivos. Este martes al atardecer España, que ha movilizado el ejército y ha enviado refuerzos policiales, ya había devuelto a Marruecos casi la mitad de los migrantes, la mayoría jóvenes (y muchos, menores) que aprovecharon la pasividad de la policía marroquí para cruzar la frontera a nado. El presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, y el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, se han desplazado a Ceuta para seguir la crisis sobre el terreno.

Marruecos ha utilizado tradicionalmente su control de la frontera sur de la Unión Europea para presionar a España y al resto de socios europeos, y es así como ha obtenido importantes concesiones y ayudas económicas. En este caso concreto, todo apunta que el movimiento de Rabat es una represalia por el hecho de que España haya acogido al líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, enfermo de cáncer y contagiado de covid-19, que está recibiendo tratamiento en un hospital de Logroño. Y Marruecos considera que cualquier gesto de ayuda al pueblo saharaui es "poco amistoso" y que quien lo haga se tiene que atener a las consecuencias.

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El caso es que esta es una crisis de alcance europeo, y la responsabilidad de gestionar las crisis migratorias no puede recaer solo en los países que tienen frontera con el sur, aunque sea marítima, como es el caso de España, Italia o Grecia. Mientras la UE no actúe de manera unida y solidaria, con una política migratoria común, países como Marruecos o Turquía tendrán la sartén por el mango y podrán extorsionar a los socios europeos a su gusto. Los jóvenes migrantes son carne de cañón que Rabat usa para sus intereses geoestratégicos, igual que hace Ankara con los refugiados sirios. También es cierto que la pandemia ha afectado especialmente las expectativas económicas de países como Marruecos, que tienen en el turismo una importante fuente de ingresos, y que esto está empujando a muchos jóvenes a emigrar.

Por eso, lo primero que tiene que hacer Europa es, por un lado, ofrecer itinerarios legales y seguros para los que quieran llegar al continente, y, por otra, tener una política de acogida que sea escrupulosa con los derechos humanos. Lo que no puede ser es que toda la Unión Europea sea víctima del chantaje constante del régimen marroquí. Una cosa es intentar tener buenas relaciones diplomáticas y económicas con un país vecino y aliado estratégico como es Marruecos, y otra ceder a sus aspiraciones territoriales y al intento de chafar la resistencia saharaui.

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Hasta ahora la Unión Europea parece solo preocupada por el control fronterizo y ha renunciado a tener esta política migratoria y de asilo común. De hecho, países como Dinamarca están aplicando cada vez más restricciones a la inmigración. Y es esta división la que da alas a países como Marruecos y les otorga una posición negociadora de fuerza. Y hasta que no se acabe con esto, episodios como el de Ceuta serán una constante.