La crisis política del Sofagate
Las redes lo han bautizado como #Sofagate pero es mucho más que una crisis protocolaria por un juego de sillas. La imagen de Ursula von der Leyen, de pie, mirando cómo Recep Tayyip Erdogan y Charles Michel se habían apresurado a sentarse en las dos butacas centrales del encuentro en el Palacio Presidencial de Ankara ha desatado una batalla política en Bruselas. Michel está hoy en el ojo de la polémica. La -como mínimo- falta de reacción del presidente del Consejo, que a pesar de ver la perplejidad de la presidenta de la Comisión, relegada al sofá al mismo nivel que el ministro de Exteriores turco, siguió sentado junto a Erdogan, le ha comportado las críticas generalizadas del Parlamento Europeo.
Michel tardó horas en reaccionar, cuando la bola de nieve de esa imagen ya se había comido cualquier explicación oficial de un encuentro que tenía que marcar la reanudación de las relaciones con Turquía. Finalmente, cuando habló, lo hizo a través de un comunicado en el que lamentaba los hechos pero poca cosa más. Todos los grupos mayoritarios del Eurocámara habían cargado ya contra la humillación de la presidenta de la Comisión, que tiene el mismo rango protocolario que el del Consejo: socialdemócratas, democristianos, verdes, la izquierda y algunas eurodiputadas liberales -la familia política de Michel-. Socialistas y populares han pedido, además, un debate en el pleno sobre esta visita a Ankara con la presencia de los dos presidentes, Von der Leyen y Michel.
Las habilidades de Erdogan
La comunicación y la reputación institucional no se construyen solo con discursos sino también con las imágenes y valores que se transmiten en el día a día. Como dice Carles Casajuana en su libro Las leyes del castillo, el poder se escenifica y se te otorga en función de cómo eres percibido por los otros. La connivencia con el sexismo de la escenografía preparada por Erdogan no es admisible.
Pero, además, el llamado Sofagate tiene, también, otras lecturas. La primera, la habilidad de Erdogan de imputar toda la responsabilidad de la crisis a la delegación europea, que viajaba únicamente con los responsables de protocolo del Consejo y no de la Comisión. El presidente turco ha sabido dejar en evidencia, una vez más, el desconcierto europeo.
A la vez, su misoginia oficial se puede colgar la medalla de haber ninguneado públicamente a la presidenta de la Comisión Europea, precisamente cuando la UE tenía previsto exigir a Erdogan que repensara su retirada del convenio de Estambul para prevenir la violencia contra las mujeres, y reprocharle las violaciones de derechos humanos y la persecución política que inflige su régimen.
La otra derivada es consecuencia de la bicefalia comunitaria. Solo hay que recordar la escena que se vivió en Bruselas la primera vez que Donald Trump se reunió con los entonces presidentes Donald Tusk y Jean-Claude Juncker. Era mayo del 2017. Para romper el hielo, mientras encajaban manos ante las cámaras, Tusk le dijo a Trump: “Sabe, señor presidente, en la UE tenemos dos presidentes”. “Lo sé”, respondió el norteamericano. Y la ironía de Juncker entró en escena. “Hay uno que sobra”, espetó el entonces presidente de la Comisión señalando a Tusk. La unidad europea ha vuelto a quedar perjudicada ante un líder que -como demuestra el acuerdo firmado con Turquía por la expulsión de refugiados llegados a la UE- ya tiene la mano rota en evidenciar cómo los países que forman la Unión Europea pueden renunciar a principios, valores y legalidades.