La cruda realidad
Los malos resultados de Catalunya en el informe PISA no son un toque de atención sino un batacazo, la constatación definitiva de que algo muy profundo está afectando negativamente a la educación en nuestro país. La pandemia no lo explica todo. La bajísima nota en comprensión lectora es especialmente alarmante. Si un niño no entiende lo que lee no entenderá nada que quieran enseñarle detrás, por no hablar de las consecuencias por su desarrollo personal y profesional. Son cifras que no están a la altura de un país que ha tenido una gran tradición pedagógica y que no hace mucho jugaba en la categoría de motor de Europa.
No es fácil abordar el problema con calma, porque cuando en Catalunya las cosas no van bien, la opinión pública española moja pan de forma sesgada. Y porque con la educación todo el mundo se ve capaz de repartir culpas, que suelen recaer sobre los maestros y profesores, que, a su vez, miran hacia la Conselleria y hacia los padres.
Pero el problema tiene muchos ángulos incómodos de coger. Por ejemplo, la digitalización mal entendida, la bajada en el nivel de exigencia, empezando por el acceso a la carrera de magisterio, o la gran cantidad de alumnos inmigrantes que llegan a nuestro sistema escolar en cualquier mes del año. No hablo por hablar. Conozco de cerca el caso del Raval, en Barcelona, y tiene mérito cómo aguanta el sistema (público y concertado) con un alumnado tan diverso.
Dar la vuelta a los resultados de Catalunya en los PISA dentro de diez años debería ser posible, a condición de que se pongan más recursos (imprescindible tener un sistema de financiación a la altura de nuestro esfuerzo fiscal) y que un pacto nacional nos ahorre polémicas de vuelo rasante con partidos o sindicatos. Nos jugamos el futuro del país.