Cuatro preguntas incómodas

1. ¿Quién esperaba que el partido de Macià y de Companys tuviera tan poca valentía? Esquerra Republicana tenía la presidencia de la Generalitat y sujetaba todas las carteras del gobierno. Lo dejó perder convocando elecciones anticipadas. Tuvo la posibilidad de presidir el nuevo Parlamento surgido de las urnas, pero dio un paso al lado. Fruto de los resultados electorales y como tercera fuerza, ERC tiene la clave de la gobernabilidad y de la investidura. Pero no se atreve a dársela al PSC y le reca convertir a Puigdemont en un héroe. En resumidas cuentas, prefiere no mojarse. En el Ayuntamiento de Barcelona, ​​tres cuartos del mismo. Cuando ya tenían el acuerdo con Collboni para entrar en el gobierno municipal, el partido detiene el sondeo a la militancia, no fuera que saliera un resultado que les hace miedo de asumir. Quieren y duelen. Pero nunca se atreven. Por el miedo a lo que dirán y de las redes sociales, acabarán perdiendo bueyes y cencerros. Falta personalidad y estrategia clara.

2. ¿Por qué el independentismo ha perdido 1.200.000 votos? Las causas son múltiples y mil veces repetidas. La decepción por la división de los partidos, la desilusión por el desenlace del Proceso, el cansancio de tantos años de tensión, la falta de verdaderos liderazgos, las trifulcas dentro del ANC, la pandemia que cambió las prioridades vitales, la represión judicial española, sistemática y tozuda, los indultos y la amnistía que han tranquilizado el panorama... Todo esto ha ido restando movilización, pero también hay una causa —quizás menor— que no se cita nunca y también tiene el su peso. La llamada “despolitización” de TV3 tiene que ver también con el posterior grado de abstención independentista. Durante años, en la tele pública había tertulias de mañana, tarde, noche y sábado por la noche, que giraban, casi siempre, en torno a un único tema. Sin Vicent Sanchis en la dirección de TV3 y sin David Bassa al frente de informativos, se ha tendido a una parrilla mucho más blanda. Tanto, que se ha pasado del todo a nada. Del monotema ya no se canta ni gallo ni gallina, y ahora, en todas las horas del día, tenemos cocineros en pantalla mientras la crónica negra es la gran distracción del país. Si el Proceso desaparece de la agenda mediática, se funde también del imaginario de la población. Primero se desteñieron las esteladas de los balcones. Luego, las sacamos. Y, a ese paso, en la próxima Diada nos iremos a manifestar a Tor. Òmnium hará camisetas del Sansa. Y el ANC, del Palanca.

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3. ¿Por qué el caja o faja sólo le sale bien a Pedro Sánchez? Cuando estaba contra las cuerdas, el presidente español convocó elecciones y salió adelante. En una España fragmentada en dos partes, necesitaba todos los apoyos para impedir que la victoria de la derecha y de la extrema derecha le echaran de la Moncloa. Y lo logró, aunque fuese concediendo una amnistía a repel. También contra las cuerdas, Pere Aragonès, Rishi Sunak y Emmanuel Macron han intentado jugadas similares a la de Sánchez. En Catalunya, los republicanos pincharon, las encuestas británicas cantan las absueltas al líder conservador y, en Francia, las legislativas precipitadas pueden conducir el partido de Macron a la irrelevancia, estrangulado entre la ultraderecha y unas izquierdas que han tocado a rebato. Donde verra.

4. ¿Por qué la justicia española actúa con tanto descaro? La guerra abierta en la Fiscalía es un espectáculo nunca visto. Los cuatro fiscales del juicio del Proceso, que tuvieron sus meses de gloria en el Tribunal Supremo, no sólo se niegan a aplicar una ley —la de amnistía— sino que desafían a su superior jerárquico que les obliga a hacer los deberes. La justicia española hace ya tiempo que se ha quitado la carota, porque se sabe poderosa e intocable. Se han erigido en los únicos que tienen a España en la cabeza, le entienden de forma retrógrada y harán lo que sea para salvarla. Sólo tengo una duda: ¿son más perversos ellos o la claca mediática que les apoya?