Cuixart se planta
El 11 de febrero de 2018, Jordi Cuixart databa una carta desde la prisión de Soto del Real, que me entregó una colaboradora suya pocos días después. Lo conocía superficialmente, pero el presidente de Òmnium, que llevaba cuatro meses en prisión, compartió conmigo algunas ideas que le había sugerido un dosier de homenaje del diario a Pere Casaldàliga. En aquella nota hay dos citas que han marcado la acción política de Cuixart hasta hoy: “Así pues, no tenemos otra alternativa que luchar por la libertad” y “Desde la generosidad y la perseverancia y sin actos heroicos estériles pero con todo el coraje. Hoy Rosa Parks resuena con más fuerza que nunca: «Cuanto más cedíamos peor nos trataban»”.
Cuixart había determinado dominar el miedo inicial, había descubierto que la prisión no le aportaría ningún otro valor más que tiempo y se conjuró a no malgastarlo. Como explica en su libro Aprenentatges i una proposta, aquellos meses tomó la volteriana “decisión de ser feliz” y convertirse en “el capitán de su alma” en palabras de William Ernest Henley, a quién Mandela dio pleno sentido. Cuixart mantuvo sus convicciones íntegras y trabajó para desterrar toda brizna de ánimo de revancha que las empequeñeciera. Continuaría hablando siempre de una idea de Cataluny abierta, integradora, más libre, e inspiraría su defensa judicial en los movimientos pacifistas, sin complejos ni a la defensiva.
En la prisión desde el 16 de octubre de 2017 hasta el 23 de junio de 2021, Cuixart la utilizó para construir puentes sin exclusiones y continuar haciendo activismo gracias al apoyo leal de Marcel Mauri, y vio nacer un hijo.
Cuixart y Mauri han hecho grande Òmnium, que ha pasado de los 30.000 socios de 2010 a los 192.000 de hoy y ha crecido con una mirada inclusiva y abierta del país y de su diversidad.
Ya en la calle, el presidente de Òmnium ha intentado continuar construyendo los puentes más difíciles dentro del soberanismo, y la furiosa campaña en las redes sociales por su abrazo con Miquel Iceta y la defensa de Ada Colau hicieron evidente la expresión de la frustración de una parte del independentismo que cada día vive más amargamente la gestión de la realidad política y la ausencia de una estrategia común de los partidos soberanistas.
¿Útil o importante?
Cuixart deja la presidencia de Òmnium y solo hay que escuchar la entrevista del viernes con el periodista Jordi Basté para saber que está cordialmente y positivamente hasta el moño de los partidos políticos soberanistas y de su incapacidad para mirar al futuro de manera realista y coordinada. Parece cansado de la incapacidad de regeneración, de la imposibilidad de superar el odio cainita que domina desde la noche del 25 de octubre de 2017, cuando el president Puigdemont, que quería convocar elecciones, se vio superado por el maximalismo de los socios y de algunos de los suyos. La incapacidad de superar el trauma y las traiciones es manifiesta y, con su ejemplo, Cuixart insta a renovar los liderazgos. Pasar hoja de los liderazgos, que humanamente tienen cuentas pendientes y que ya tuvieron su momento en primera línea.
Cuixart habla abiertamente del imperativo de tener nuevos liderazgos capaces de ver que “la graduación de las gafas de 2017 se tiene que ajustar” y asegura que “todas las personas que el 17 lo intentamos hacer lo mejor posible tenemos que ordenar ahora nuestras organizaciones”.
El presidente de Òmnium afirma que no se puede “renunciar a referentes como Junqueras, Puigdemont, Rovira, Comín y Gabriel”, pero deja claro que los liderazgos tienen que ser nuevos.
De hecho, a nadie se le escapa el deterioro de la mayoría de la investidura y de la misma coalición de gobierno, y la incapacidad manifiesta de trazar una estrategia compartida que abrace la transversalidad de un movimiento soberanista que se va haciendo cada vez más estrecho y más malhumorado.
Las palabras de amor públicas y la confraternitzación son a la práctica un bloqueo mental que incapacita mirar adelante más allá del ejercicio de la gestión política del día a día y sin grandes proyectos de futuro. En palabras de un actor político principal del entorno gubernamental, que nunca lo repetirá en público: “Se odian”.
Es obvio que la competencia electoral es legítima, y, de hecho, los partidos soberanistas tienen hoy la cabeza en las municipales y ya se están moviendo para abrir las alianzas postelectorals con otras fuerzas parlamentarias más allá de JxCat y ERC.
Cuixart no hará formalmente política, pero es uno de los activos políticos más claros del país. De momento pasa el testigo a Xavier Antich, un hombre que a priori continuará su línea, ¿pero alguien se imagina a Cuixart fuera del activismo?