Juntos, con los deberes por hacer

En octubre de 2017, Oriol Junqueras y ERC resultaron determinantes para que, el día 27, Carles Puigdemont llevara a cabo la declaración frustrada de independencia. Los republicanos, pero no solo ellos, claro, empujaron a Puigdemont para que se lanzara, pese a las dudas del presidente. Pese a ello, poco después, Esquerra Republicana dio un golpe de timón y pasó del unilateralismo al pragmatismo y la negociación con el PSOE. La historia es conocida.

Junqueras entendió muy pronto que lo que se había vivido era, pese a la épica de algunos episodios, fundamentalmente una derrota del independentismo a manos del Estado. Entendió igualmente que esto comportaría volver a la política de antes. Al autonomismo o, por el contrario, al terreno de juego que delimitan la Constitución y el Estatut. No deja de ser significativo, a la vez que sorprendente, que el partido que había mantenido encendido la llama independentista, también cuando los independentistas cabían en un vagón de metro, decidiera llevar a cabo un cambio de rumbo tan aparatoso y repentino.

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Los republicanos se avanzaron porque atisbaron que se impondría el regreso, con todos los matices que se quiera —es imposible volver al pasado—, a la realidad anterior al Proceso. Y salieron adelante porque, al contrario de lo que ha sido una constante en su larga historia, rebosante de desencuentros y quebradizas, en general la disciplina se mantuvo, en especial hacia fuera, gracias a la determinación de Junqueras y el núcleo dirigente del partido.

Sin embargo, naturalmente, este giro y la forma en que se ejecutó han comportado notables costes para los republicanos desde entonces. ERC ha ido pagando estas facturas y tomando el desgaste. Carles Puigdemont, mientras, seguía inflexible y mantenía durante casi seis años una posición octubrista, de confrontación con el Estado.

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Así pues, justo antes de las elecciones anticipadas del pasado 23 de julio, nos encontramos con una ERC que ha consolidado su estrategia pragmática, de acercamiento a la izquierda y de entendimiento con el PSOE. Mientras, en Junts siguen entonando el no surrender. Durante la campaña, estos últimos no dejan de repetir que, si no hay referendo, no hay nada que hablar con el PSOE. Puigdemont asegura que nunca hará a Pedro Sánchez presidente del gobierno español. Al distanciamiento entre ERC y Junts contribuyen estas diferencias estratégicas y la permanente lucha política y electoral, pero se suman también otros factores, en especial la animadversión mutua entre las cúpulas de las dos grandes fuerzas independentistas.

Los resultados del 23 de julio, una paradójica carambola aritmética, regalan a Junts por Catalunya la clave de la presidencia española. Y, en contra de lo que había dicho y repetido, el partido da, como la “traidora” ERC años antes, un giro de 180 grados. Primero, negocia la mesa del Congreso con el PSOE y, a continuación, la investidura de Sánchez. Puigdemont da el "sí" a Sánchez -básicamente a cambio de la amnistía- y se convierte en uno de los socios importantes para la nueva legislatura. El PSOE pasa a depender de Junts, y Junts —no podemos perderlo de vista— a depender del PSOE.

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El cambio de Junts lo impone Puigdemont en persona, no sabemos si porque, después de reflexionar a fondo, concluye que ha llegado el momento de rectificar o porque no quiere dejar escapar a la amnistía y lo que supone para él y muchos otros. Sea como fuere, causa una sorpresa mayúscula. A los pragmáticos de Junts, que son mayoritarios, en positivo. En la otra parte de Junts, muchos de los integrantes de la que hasta entonces habían seguido Puigdemont a pies juntillas, en negativo. Habrá que ver si este sector más abrumado decide quedarse en el partido o subir otro camino.

Era evidente que algún día Junts debía bajar del burro —no se puede negar la realidad eternamente— y adoptar una estrategia comprensible y, lo más relevante, útil para Cataluña. En este sentido, mientras ERC quizás se precipitó al modificar su posición tan pronto y cuando todo era todavía muy reciente, seguramente Junts per Catalunya, a su vez, lo ha hecho demasiado tarde, por lo que ahora los de Puigdemont se encuentran con casi todos los deberes por hacer. Por un lado, deben acabar de interiorizar y consolidar el giro pragmático. Por otro lado, deben perfilarse ideológicamente, en términos de derechas e izquierdas, y ofrecer un proyecto de país claro y comprensible a los ciudadanos. Este segundo proceso de definición causará también chirridos y discusiones, ya que hasta ahora Junts ha sido, pese al poso convergente, un colectivo heterogéneo en el que lo más importante, el que religaba a sus integrantes, era el apasionamiento independentista.