En defensa de una Barcelona más silenciosa
Todo el mundo que vive en Barcelona, o que va a menudo, es consciente del ruido de la ciudad. Aunque tenga la suerte de tener el piso en una zona tranquila, convive cuando anda por la calle, cuando sale a cenar o, incluso, cuando entra en algunas escuelas en calles transitadas. El ruido urbano forma parte de la vida cotidiana. Y no podría ser de ninguna otra manera. Los humanos, y algunos menos que otros, somos animales poco silenciosos. Y en las ciudades el sonido que hacemos se multiplica. Pero entre aceptar que no somos silenciosos y someternos a vivir en condiciones que incluso ponen en peligro la salud hay una gran diferencia.
Más de la mitad de los barceloneses viven expuestos durante todo el día a niveles de decibelios más altos de los que la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera perjudiciales. En algunas zonas los superan por mucho. Sí, aquí se cuentan los vecinos que intentan dormir en algunas plazas de Gràcia, y de zonas de Ciutat Vella, la Antiga Esquerra de l'Eixample y Sant Gervasi-Galvany, por ejemplo. Ahora lo sufren especialmente, porque las molestias causadas por el ruido del ocio nocturno se multiplican en verano. Pero además del ruido de los bares, las terrazas y la gente que sale y entra de las discotecas está el del tránsito. El rumor mortecino de los miles de coches que pasan cada día por la ronda de Dalt, la Travessera de Dalt, la calle Aragó, la Via Laietana y otras vías como estas a menudo se acepta como normal, pero no lo tendría que ser. A menudo también supera los límites recomendables y tiene consecuencias. Se calcula que el exceso de ruido mata, a través de cardiopatías isquémicas, a 30 barceloneses cada año.
En una ciudad que pretende ser cada vez más sostenible y fomentar otra manera de vivir, más humana, con proyectos como por ejemplo las superislas, no se puede olvidar el ruido. Hay que evitar que las zonas con el tráfico pacificado se conviertan en foco de tensión y de malestar para los vecinos. Sí, el Ayuntamiento se ha puesto manos a la obra: hace tiempo que tiene sensores en la ciudad para detectar los lugares más problemáticos, ha instalado nuevos recientemente, publica los datos casi en streaming y ha identificado 11 "zonas acústicamente tensionadas" donde prevé tomar medidas. Pero queda mucho trabajo para hacer para que todos los barceloneses puedan vivir bajo los umbrales que marca la OMS.
Ahora, todo el trabajo no depende solo del Ayuntamiento: ahora que ya estamos en verano conviene que cuando salgamos por la noche recordemos que en los edificios por donde pasamos vive gente, que quizás intenta dormir, y es muy probable que tenga la ventana abierta por el calor. Es una cuestión de convivencia y lo tendríamos que saber afrontar sin que ninguna administración nos tuviera que obligar.