El otro desbordamiento: el comunicativo
No cabe ninguna duda sobre el carácter criminal de la gestión de la DANA de hace diez días en Horta Sud del país que han hecho la Generalitat Valenciana y su presidente, Carlos Mazón. La cronología de la falta de reacción las horas previas a las inundaciones y el retraso en la respuesta posterior a la catástrofe lo certifican. Tampoco cabe duda de que el gobierno de Pedro Sánchez, vista la magnitud del desastre, ha eludido responsabilidades al tardar en declarar zona catastrófica, contando que todo iría a la cuenta de Mazón y, por extensión, del PP. Y para terminar de encender la indignación popular, añadid la inoportunidad de la visita real.
Pero si los hechos dramáticos son incontestables, si el resultado de las inundaciones son evaluables empíricamente, en cambio, el desbordamiento comunicativo en todas sus dimensiones tendrá unas repercusiones todavía imposibles de determinar. En primer lugar, está el servicio informativo de los medios de comunicación tradicionales, que han enviado al lugar de los hechos a cientos de periodistas, han dedicado miles de páginas y de imágenes, y han permitido escuchar innumerables testimonios directos de los hechos. Obviamente, no todos han actuado con la misma serenidad, sensibilidad e imparcialidad. Ha habido excesos en la necesidad de interpretar las causas meteorológicas, ha habido apropiaciones de la desgracia en favor de causas particulares, también concesiones a la explotación de la emotividad, así como precipitaciones en la evaluación de las víctimas. Por no decir los sesgos políticos como los que permitían calificar la visita real, a la vez, de inoportuna o impecable.
A esta base informativa, segundamente, hay que añadir el papel no menos desbordado de las redes sociales. Y aquí el balance –que debería hacerse de forma rigurosa– mostraría su papel relevante a la hora de conocer los hechos de forma rápida, amplia y sin filtros. De hecho, ya son una de las primeras fuentes de información para los medios tradicionales, y son especialmente útiles para hacer una búsqueda precisa de cómo ha sido, por ejemplo, la implicación de la extrema derecha en la visita institucional del domingo. Esto no impide señalar también su capacidad para desinformar. Pero, sobre todo, las redes se han mostrado útiles para organizar la respuesta popular inmediata y eficaz que las instituciones no sabían dar.
En tercer lugar, es particularmente interesante el análisis de la utilización política de la comunicación que han hecho las diversas administraciones. Desde el primer momento, e incluso antes de responder al drama humano, se declaró la emergencia comunicativa en los distintos centros de poder. Tener una buena información con detalle horario de los movimientos de los equipos de comunicación de Mazón, Sánchez y de la Zarzuela serviría para desenmascarar las estrategias para controlar la narración de las supuestas responsabilidades. Y más allá de la hipócrita utilización patriótica de la desgracia –“esto lo resolvemos juntos”–, la guerra de comunicados y declaraciones explicaría también los retrasos en las respuestas que exigía el desastre humano y material.
¿Qué se ha pretendido con el control de la comunicación? Unos, señalar la impotencia e incompetencia de Mazón. Otros, la elusión de responsabilidades de Sánchez. La dirección estatal del PP, desentenderse de la acción criminal de Mazón. Y se ha querido dar -imprudentemente- un perfil humanitario a la monarquía sin entender que si iban acompañados de los incompetentes quedaría comprometida. Y también hay que observar el papel de los bocazas –como el ministro Puente–, o de los silencios –como los de Ayuso–. Muy probablemente, todos los responsables de comunicación han tenido en mente la experiencia alemana de las inundaciones de julio del 2021, que provocaron 224 muertes, y en la que la visita que hizo Scholz a Renania, a dos meses de las elecciones federales, dio la vuelta a las expectativas electorales del SPD y les dio el mejor resultado desde el 2005.
En España, ahora no hay elecciones a la vista. Pero la debilidad y la inestabilidad política del gobierno español, enfrentado a un feroz combate con el PP, es seguro que explican el combate comunicativo al que estamos asistiendo. Si lo ganara el PP con contundencia –algo improbable–, el acoso al gobierno de Pedro Sánchez subiría varios escalones más. Si lo ganase Pedro Sánchez con suficiente comodidad y con contrastación en las encuestas, no se puede descartar que tuviera la tentación de convocar unas elecciones anticipadas para, de paso, quitarse de encima a Junts, Bildu y quién sabe si ERC.
Los desastres naturales, bien acompañados comunicativamente, también acaban siendo una oportunidad política a la que es evidente que nadie sabe renunciar.