El deseo de que llueva
El deseo que no puedo sacarme de la cabeza para el año nuevo es que llueva. Como si fuera suficiente con desearlo. Como si no supiéramos que los anhelos también nos abandonan. El deseo es que llueva aquí. Porque como ocurre a menudo, donde llueve, llueve sobre mojado. Aquí hace demasiado tiempo que no vemos cómo cae el agua del cielo, pero el lenguaje aún no ha incorporado un nuevo día de solo como "un mal día". Tampoco existe una palabra que hable de la añoranza de un día de lluvia y habría que inventarla. Es posible que sólo lo utilizáramos unas cuantas personas, pero la lluvia la necesitamos todas. Que llegue, a ser posible este año, un día en que el agua no pare de caer. Sobre nuestras cabezas y sobre todo sobre nuestros campos. Y a ver si dejamos de hacer el ridículo preguntándonos si podremos ducharnos o no en el gimnasio, como si fuera la pregunta trascendental del momento. Que sobrevivir es un deporte de riesgo, hagamos el favor. En 2023 ya nos ha enseñado las orejas, pero a nosotros todavía nos falta la capacidad de escuchar. Que la inteligencia artificial no nos hará florecer los árboles ni nos dará a comer. Aunque haya personajes que se nutran de destrozarnos también el cielo.
Hablando de personajes, se me ocurre otro deseo gracias a Erdogan, el presidente de Turquía. Este líder esperpénticamente democrático ha comparado a Netanyahu con Hitler, en un ejercicio de originalidad extrema. Pero el tema no es quien se asemeja más a quien (aunque Erdogan hablando de derechos humanos es como el Papa hablando de abusos infantiles), sino que se va perpetuando el mal y el horror a partir de su banalización por parte de mandatarios que no tienen la delicadeza de mirarse en el espejo. A estas alturas no sé si es más complicado pedir que llueva o la paz en el mundo, pero en la lluvia todavía tengo esperanza. No habrá paz. Estamos construyendo el siglo XXI en dirección contraria. Y no es una visión pesimista del planeta, por mucho que el listado de cosas buenas no nos venga tanto a la cabeza como el de las malas. Lo cierto es que los valores que se priorizan siguen alejándonos de la paz, si es que nunca hemos estado cerca. El altruismo puede ser la palabra más votada en nuestros buenos corazones, pero también la menos ejercida. Al fin y al cabo, incluso los conflictos propios a menudo nos quedan lejos.
Pero que llueva bondad, también, si es cuestión de desearla. Algo más de empatía y algo menos de desánimo. Varias bofetadas en el cinismo y la capacidad de ponernos en marcha con rutinas nuevas y necesarias. No podemos vivir bajo modelos anacrónicos que incluso nos hacen perder agua cuando nos falta. No tiene sentido que salga más a cuenta perder un bien tan preciado. Conviene desacelerar el ritmo y recordarnos que no llegaremos a todas partes, que no hace falta que volvamos a probar un año más. Aunque nos lleve el hábito, buscamos otro guía que nos conduzca a un sitio mejor. Porque en la cola de diciembre toca más celebrarnos que arrepentirnos. Al fin y al cabo, hemos sobrevivido otro año. Y podremos vivir los que vienen si aprendemos a desprendernos. Lo único que debemos acumular es agua. Aunque parezca poco y se desprenda por los dedos, lo es todo y es prioritario. Porque hemos dado por sentado que los ciclos se repetirán y proveerán, pero sólo hay que mirar la tierra. Y el cielo.
Estos días de luna llena, de noche, se distinguían todos sus milagros. Con la mano helada todavía se puede tocar el aliento de las estaciones. Con la luz de la luna todavía se puede ver cómo se va desplegando el invierno por los valles y las montañas. Nunca hacemos tarde del todo. Pero apresurémonos.