La despoblación rural y la desigualdad urbana
Uno de los fenómenos más preocupantes en las sociedades occidentales es la desigualdad. En genérico y con todas las derivadas, esencialmente económicas, territoriales y socioculturales. No conseguir que casi toda la población esté dentro de un abanico de bienestar homologable, sobre todo las rentas bajas, es un fracaso en sí mismo y por las consecuencias negativas que acaba comportando globalmente; es decir, para toda la población, sea cual sea su renta. Históricamente, cualquier conflicto a gran escala nos lo demuestra. Actualmente, la pandemia y la búsqueda de una máxima eficacia en la vacunación nos lo plantan ante los ojos con no menos crudeza. O avanzamos todos, al ritmo que pida el contexto de cada colectivo, o no saldremos adelante. O al menos no de una manera eficiente.
Hoy publicamos dos informaciones en Sociedad sobre desequilibrio y desigualdad. Un estudio de la UdL con seguimiento de indicadores desde el 2000 cifra en 200 los municipios de Catalunya (un 20% de los 947 totales) con un riesgo claro de despoblación. Población muy envejecida, actividad económica poco diversificada y nivel muy bajo de servicios son los elementos claves. Justamente la pandemia –el confinamiento– ha dado aire a algunos pueblos pequeños con la llegada de nuevos vecinos, que por iniciativa propia (con incentivos administrativos o sin ellos) han marchado de la aglomeración urbana, sea acelerando planes previos o directamente por el coronavirus.
Pero estos movimientos no serán la solución a largo plazo para el reequilibrio territorial mientras no haya una mejora, si se quiere progresiva pero sin freno, de los servicios que pueda ofrecer el mundo rural. Y de esta combinación vendrá la diversificación económica. Es decir, no basta con la iniciativa individual o el estímulo temporal de un ayuntamiento pequeño.
Paralelamente, tenemos datos nuevos de desigualdad de renta en Barcelona. El Ayuntamiento ha podido afinar el cálculo, empequeñeciendo el foco hasta las secciones censales y utilizando datos fiscales del INE. Y nos encontramos que la sección censal más rica de la ciudad (dentro del barrio de las Tres Torres) multiplica por cinco la renta media anual familiar de la sección censal más pobre (en el barrio del Besòs y el Maresme), que a su vez no está dentro del distrito con la renta más baja (Ciutat Vella) y está bastante lejos del barrio con la renta más baja (Ciutat Meridiana). Y también que dentro del distrito de la zona más rica (Sarriá-Sant Gervasi) hay una sección censal en Les Planes con una renta por debajo de las de Ciutat Vella o Nou Barris. En definitiva, la distribución de la desigualdad es compleja, y el evidente factor corrector del sector público (Nou Barris es un ejemplo) se tiene que hacer eco para ser más quirúrgico. También para evitar de ser el único que traccione en estas zonas.
Ninguno de los dos escenarios, ni la despoblación rural ni la desigualdad metropolitana, son nuevos. Al contrario, arrastran inercias complicadas de revertir. Ahora bien, ni el uno se solucionará con cada decisión individual, familiar o municipal, ni el otro arrinconará la precarización solo con la intervención pública. Hace falta una política de país, a largo plazo, con sinergias territoriales, con colaboración público-privada y alejada de la pugna partidista.