Quien hacia la Diada

Cuando una ideología, o un grupo, o una persona, experimenta lo que percibe como un fracaso, puede tener –suele tener– una reacción negativa. Habría mucho que discutir sobre el fracaso del Proceso, porque, pese a que no se logró el objetivo que se quería –la independencia de Catalunya–, se mostraron varios puntos fuertes de la sociedad y la política catalanas: capacidad insólita de movilización y de organización, fuerte conciencia del bien común, habilidad de unir culturas políticas bien distintas bajo una misma. A su vez, se puso en evidencia la falta de consistencia democrática de España, que a una pregunta democrática sólo supo dar una respuesta represiva.

La continuidad de la represión y los enfrentamientos internos han acabado dando fuerza, dentro del independentismo, a discursos de odio que también son de autoodio. Por todas partes sentimos o leemos apelaciones a ser fuertes, o antipáticos, oa no ir con no sé qué lirio en la mano. Muchos se dejan llevar por la nostalgia de épocas pasadas que recuerdan o imaginan mejores o más propicias (no lo eran). Algunos necesitan abrazarse a banderas muy altas, o muy grandes. Otros se dejan abatir por los malos agüeros que anuncian la muerte de la lengua, de las artes, de la economía, del talento y del país entero. Aún otros se abonan a las teorías conspirativas que imaginan complicados montajes para acabar con Cataluña (con la colaboración, por supuesto, de los vendidos, los traidores y los tibios que detectan en todas partes). Hay a quien le coge para añorar el ardor belicoso y violento que por lo visto inflamaba en tiempos antiguos la sangre ahora aguada de los catalanes. El victimismo, la queja, el lloriqueo y el derrotismo tienen éxito asegurado en las redes y en los medios de comunicación. Se multiplican los discursos sobre invasiones y colonizaciones, y los más desaprensivos buscan hacerse escuchar proponiendo deportaciones masivas y descastellanizaciones; no falta quien deja caer alguna insinuación eugenésica. Se insulta a los inmigrantes (los de ahora y los de los años sesenta) señalándoles como carne de cañón al servicio de oscuros procesos de sustitución. Por otra parte, la división interna del independentismo es total y suele expresarse con insultos, mentiras, acusaciones inventadas, infantilismos y fantasmadas. Estas heces digamos intelectual que respalda el crecimiento de una extrema derecha independentista, esta sí, esponerosa y cargada de expectativas.

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Los pusilánimes, cuando sacan pecho, siempre dan un poco de risa. Sin embargo, todo esto que hemos enumerado en el párrafo anterior son formas de autodestrucción del independentismo catalán, y más en el contexto de un estado español y una UE sometidos a una máxima tensión política en la que la ultraderecha (que representa y exalta la persecución de la diversidad y de las minorías) tiene mucho que ganar. Algunos nunca hemos creído en las patrias; sí, en cambio, en el bien común. También en la lengua catalana, y en la cultura que se realiza. Seguiremos creyendo, aunque se enfaden los falsos patriotas (una tautología, a menudo). Buena Diada a todo el mundo.