Estamos en medio de este puente de diciembre que todo el mundo espera con candelas. El día 6 es la fiesta de la Constitución, tan discutida ahora. El día 8 es la Purísima, que hace ya tiempo que era fiesta. Por tanto, en medio suele haber un día laboral que se ha convertido en festivo. Un puente, como suele decirse. Este año, la Purísima cae en domingo y el puente se ha reducido. Pero le da igual. Días festivos, días de comprar en Navidad, días de ir a esquiar, si hay nieve, días para una escapada donde esté. La cuestión es moverse.

Antes, este domingo, es decir, el día de la Purísima, se empezaba a hacer el pesebre. Y en la víspera de la Purísima se ponían luminarias en los balcones. No creo que todavía se haga nada de esto. No sé. Casi no salgo de casa y no voy a ninguna parte. Eran costumbres que han sido sustituidas por otras. Es la moda. Así la víspera del Día de los Muertos se ha convertido en Halloween y se ha implantado lo del Black Friday, que no es más que un anticipar las compras de Navidad.

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El día 13 será Santa Llúcia y en Barcelona habrá la feria que lleva su nombre. Y que dura al menos una semana. Es una feria encarada al pesebre, que, al parecer, la gente todavía lo hace, bien escondidos en sus casas. Y es que, en público, están obsoletos. Al menos en la plaza de Sant Jaume. Este año ha sido sustituido por una neutra estrella gigante, no fuera que los que no son cristianos se ofendieran. Quieren decir los musulmanes, claro. Creen que la estrella, de apariencia tan neutra, no significa nada. Y es una figura más del pesebre. Es la estrella que los tres Reyes Magos vieron en lo alto del cielo y que guió su camino hasta Belén, hasta el pesebre, hasta el Niño. O sea que la estrella del señor Collboni es tan cristiana como la cueva con el buey y la mula.

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Los que todavía hacemos belén cada año lo tenemos más difícil. Debemos hacerlo sin musgo, porque es una especie protegida. Debemos hacerlo sin acebo, porque es una especie protegida… Se han convertido en un bien escaso, que debemos importar de países lejanos, como las setas. El año pasado compré acebo en la feria de Santa Lucía a precio de oro. Me dijeron que venía de Soria. Pero este año, que ya no vivo en Barcelona, ​​no sé cómo lo haré. Y con el musgo, igual. Tendré que implorar a una campesina amiga que me haga un poco, a hurtadillas, de su bosque. Sí, lo haré así. Pero nos obligan a vivir en la ilegalidad, con la mala conciencia de que esto conlleva. De hecho, pienso que he vivido demasiados años, y añoro aquellos tiempos que una tarde cualquiera, pronto, que enseguida oscurecía, ibas a la fuente de los Leones, o por el camino de Sant Miquel, y recogías musgo y cortabas ramas de pino y hacías un ramo de galleranes y, si tenías la suerte de toparte con un buen acebo, lleno de bayas rojas, también cosechabas un ramo. Sin ninguna mala conciencia. Pronto oscurecía, ya lo he dicho, y volvíamos a casa, con nuestra carga olorosa, y pasábamos junto al monasterio de San Daniel, cuando las monjas cantaban las vísperas. Llegaban de muy lejos, sordas, como acolchadas, las campanadas de la catedral.

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Diciembre es, para mí, un mes de nostalgia. añoro las Noches de la Purísima, con el poema de Maragall: "Qué cielo tan azul, esta noche / parece que se vea el infinito, / el infinito sin velos, / más allá de la luna y las estrellas". añoro al Adviento, que lo atraviesa. añoro los preparativos de la Navidad, el pesebre, la Misa del Gallo, las canciones maravillosas, llenas de pequeños muchachos, de demonios despalillados, de naranjas de China, de farcitos, de ángeles y de peñas. Y como bien tenemos que comer, añoro los entremeses llenos de cosas inauditas, de galantinas y jabalí, y los canelones pastosos, con sus hígados de aves de corral y su cerebro de cordero y esa costra inolvidable del gratinado al punto. añoro los dos capones rellenos, las ciruelas, y los tronchos de apio y los rabanitos crujientes. E incluso, yo, que no soy goloso, añoro los turrones de la Xixonenca, que ponía parada delante de casa, en el portal de Can Bruguera, el de gema quemada, el de Alicante, el de Jijona, perfumado de miel. Y añoro las garrapiñadas y los piñonetes blancos y crujidores. Y añoro algo tan simple como los barquillos, uno en cada dedito de la manija de aquel niño que se ha hecho viejo y que sólo sabe añorar estas cosas sin ninguna importancia, mientras en Gaza los judíos exterminan palestinos, mientras los rusos exterminan ucranianos (¿o está al revés?).

Diciembre, más lleno de fiestas, de luces, de olor a bosque, de recuerdos perdidos y reencontrados, de alegría recóndita y de tristeza patente.