Contra los disfraces

El Banc Sabadell ha tenido que tirar de patriotismo para apelar a la conciencia de sus accionistas y superar la opa del BBVA. Algunos se han alegrado por razones económicas objetivas; otros han expresado una alegría un poco más inmadura, futbolera, como si estuviéramos ante la enésima victoria moral. Pero el caso es que si los del Sabadell tuvieron que disfrazarse de españoles en el 2017 por razones operativas, ahora se han tenido que disfrazar de catalanes por el mismo motivo, lo que significa que la catalanidad existe –subsiste– bajo extrañas fórmulas, en el ámbito de lo intangible. Y esa nación sensorial, no material, es la condición necesaria, aunque no suficiente, para que algún día seamos una nación práctica, materializada sobre hechos y normas y obligaciones reales, es decir políticas. Catalunya es un hecho, pero es un hecho no político desde hace siglos, desde que la corte se fue a Madrid y la política con mayúsculas –la que nace en la Edad Moderna, la de los aparatos estatales, la de la diplomacia y la guerra– nos pasó de largo. El siglo XXI –y un poco el XX– es el del reencuentro de los catalanes con la política, aunque sea politiquilla, y este hecho es trascendental. Pero entender de qué va la política es un proceso de aquellos que tardan en cristalizar, como todo lo que tiene importancia en la historia. Cuando pasen las décadas, iremos tomando conciencia, y quizás no seremos tan duros con el accidente del 2017.

Esta semana he recibido algunas inyecciones de moral que me harán pasar un buen domingo. He visto al Banc Sabadell disfrazarse de catalán, y también he visto a TVE disfrazarse de catalana a través de su segundo canal, que ahora se llama La 2 Cat. Algunos ven en tanto disfraz un exceso de travestismo y de accidentalismo nacional; una forma de meternos dosis de españolina por la puerta trasera. Yo lo que veo, y es de sentido común, es que es mucho mejor ver a españoles disfrazarse de catalanes por conveniencia, que lo contrario. Hace demasiado tiempo que vemos a artistas, comunicadores, políticos, empresarios y otros personajes con ambición mudando la piel para camuflar su catalanidad y sentirse aceptados en la casa grande de la hispanidad, que tiene más territorio, más mercado y más poder, y que a pesar de estas evidentes ventajas percibe nuestra resistencia a desvanecernos como una auténtica kriptonita. ¡Conmueve nuestra capacidad de generar inseguridades!

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Además del Sabadell y La 2 Cat, he visto a Rosalia, catalana (catalanísima) que tiene la manía de exhibir duende y flow, haciendo una entrevista en catalán porque le ha apetecido y, sobre todo, porque esta es la opción profesional de la entrevistadora. He visto a muchos estudiantes de la UAB (la Autònoma, como decíamos nosotros) plantando cara a Vito Quiles y el fascismo hispánico, y he oído ante los micrófonos a un estudiante que se había añadido sin ni siquiera ser catalán, porque tenía claro cuál de los dos bandos de la trifulca era el suyo. Y finalmente he hablado con un amigo joven, exultante porque este año han nacido más catalanes que nunca en nuestra historia, y lo ha dicho sin ninguna mención ni inquietud por el origen de los padres de estos recién llegados, porque está convencido de que quien nace aquí se empapa de esa nacionalidad sensorial e intangible, en un proceso de interacción bidireccional, que a algunos les repugna pero que a mí me llena de esperanza, porque este tipo de ósmosis es, por encima de todo, la gran vacuna contra el patetismo de los disfraces.

Ah, y además hicieron la gala de los Premios Planeta y no me enteré hasta dos días después.