La división territorial del resentimiento
Hay gente que come todos los días lo mismo. Mañana, mediodía y noche. Plato único: resentimiento. En Cataluña existe una geografía de la amargura. Empieza a verse ahora. Como si nacieran nuevas comarcas, pueblos. La división territorial del rencor. El país recuerda lo que ha pasado estos últimos años en Estados Unidos. Estados de tirria. Estados de odio.
Había aquellas clases medias. Que no son ni clases, ni medias. De las ciudades que echaban humo. Y la gente iba haciendo. El trabajo, la casita, los niños. La vida de la cerveza después de trabajar. De la tele para dormirse. De los fines de semana ñame-ñam. Todo se fue a la mierda. Pero... stop. Aquí no es exactamente que todo se haya ido a amasar barro. Aquí mucha gente cree que no tiene lo que merece. Que está muy por debajo. En la mazmorra del país. Sentirá que dicen: "¡Hemos estudiado mucho y mira lo que tengo!" Una caza de trabajo. Bolitas de cagallón de cabra como calderilla. Mientras tragan siempre la teca del resentimiento guitando a su alrededor como el mundo ahumado se esfuma.
Lo verá mucho en los pueblos. Donde están naciendo nuevas clases de lo que antes llamaríamos inmigrantes pero que ya están pasando la frontera visible de no ser inmigrantes. Aquel albañil, fontanero, pintor... ahora se ha visto obligado a erigirse en pequeño empresario. Ni lo sabía, quizá ni quería. Y ahora tiene 2, 3, 4 trabajadores: lo que pone ladrillos, lo que pasa el pincel, lo que cambia enchufes. En los pueblos ya no existen estos profesionales. Muertos, jubilados, o quedan los que quedan programados por la obsolescencia de un sistema que dice que no a lo que debe ser sí. A los del tanto-que-hemos-estudiado-o-no-lo-hemos-hecho les dan rabia. Ellos, sí; yo, no. E ir mordiendo manía. Pero hay más y es para todos.
Los que conoces de pequeño te ablandan en la cara: "Tú balsa. A ti todas te ponen. A, e, y… ¡Tú, a ti sí que te va bien todo!" Lo dicen con resentimiento. Mascando vinagre. Bebiendo vino agrio. Mientras van cayendo de la mesa dormidos. Abrimos camino nosotros: los que nacimos en los setenta. Inicio del Siglo del Resentimiento. Aquí empezará a encontrar un tanto por ciento de revanchistas que harían bailar rock'n'roll a los de los cementerios. Y detrás de vagones y vagones de todas las edades como un Tren de Gran Velocidad de la Amargor. La vida, dicen mirando por la ventanilla veloz, dura, infranqueable, no debía ir así. Culpan al país. Nacieron y crecieron felices. Parecía que todo era una sociedad del bienestar: ahora del malestar. Un país que iba a ser libre, ahora todo es una dictadura de la mediocridad, la mala educación, el analfabetismo. Un centro de internamiento de pastilla y papiroflexia de la pantallita para los resentidos infelices.
No les hable de nada. No quieren saber nada. Y lo verá pronto. Muchos de los partidos hegemónicos de la Catalunya interior se han convertido en invotables para sus tradicionales, costumbristas o repetitivos votantes: Junts, Esquerra, la CUP. Votarán resentimiento. Ya lo están haciendo sin papeletas. Lo dicen por la boca. Ciertamente, antes se romperá Cataluña que España. Rota. La demografía del resentimiento. Felicidades a todos los pedazos. Sólo queda rezar a (san) Gaudí.
La originalidad consiste en volver al origen, dijo el poeta de la piedra antes de que lo pisara el tranvía. El quebradizo gaudiniano: los pedazos también pueden ser un todo. ¿Qué puede unirnos? ¿Qué une a los fragmentos? ¿Qué puede empegar los cortes, los pedazos, los trozos? De momento, nada.