Demasiado dolor para una sentencia
Dominique Pelicot, el hombre que drogó y violó e invitó a otros hombres a que violaran a su mujer, Gisèle Pelicot, ha sido declarado culpable de violación agravada y condenado a 20 años de cárcel. El tribunal también ha considerado culpables de violación a los otros 50 acusados.
Queremos que la justicia sea justa, pero ¿qué sentencia encontraríamos justa? No hay ningún castigo que pueda compensar el daño ocasionado, un daño tan descomunal que nos deja sin palabras para describirlo y sin capacidad para asumirlo. Este caso no puede ser justo ni en la sentencia. Como sociedad tenemos las herramientas que tenemos, imperfectas como nosotros mismos, pero ¿qué hacemos cuando nos sobrepasa el exceso de violencia, el número de violadores, la historia familiar, los maridos verdugos, el terrorismo machista? ¿Qué justicia podemos esperar cada vez que oigamos una historia de terror? No esperamos el castigo para los culpables porque el castigo no va a compensarnos. Esperamos el reconocimiento para la víctima. Porque esa es la novedad. Que ella ya no se sienta culpable. Y que le acompañamos. De ellos ya no podemos esperar nada. En el juicio alguno todavía se atrevió a decir de sí mismo: "no soy un violador". Porque realmente no se siente. Porque en su mundo y en el de tantos otros, el consentimiento que dio el marido era válido. A ella no había que preguntarle nada. Tenían un cuerpo para hacer lo que quisieran. Sin tener que forzar a nadie. Pactando con un marido consciente. Sin ver a una mujer inconsciente. Porque a la mujer nadie le miraba. Sólo se la follaban. Porque la mujer es un cuerpo.
Queremos que cuando los seres humanos dejen de ser humanos, sean monstruos.
Pero ninguno de ellos es un monstruo. Ninguno de ellos es un ser inventado. Es tu padre, tu tío, tu hermano, tu amigo. E incluso después de saber la verdad les has excusado porque no te puedes imaginar que alguien que amas sea un violador. Los has excusado porque ellos no lo sabían. Porque toda la culpa es del marido. ¿Pero qué es lo que no sabían? ¿Que estaban penetrando el cuerpo de una mujer inconsciente? ¿Qué estaban aceptando una invitación macabra? No puedes aceptar que tu padre, tu tío, tu hermano, tu amigo sea violador. Yo tampoco. Ni Gisèle Pelicot. Ni sus hijos. Pero todos esos violadores no están enfermos. Estos hombres han actuado en una sociedad perversamente machista en la que durante siglos han mantenido la impunidad. Todavía la mantienen, tampoco nos engañamos. Pese al esfuerzo que ha hecho Gisèle Pelicot. Porque ella será un referente para nosotros, pero no para ellos. Es su imagen la que nos quedará en la cabeza. No la de los varones. Pero debemos recordar las caras de los violadores. Para recordar que no son monstruos y están entre nosotros.
Queremos que la justicia sea ejemplar, pero los delitos se repiten.
La vergüenza cambia de bando, a ratos. Sólo en España durante este año se han denunciado 14 violaciones al día. Es decir, una cada dos horas. En el mundo, cada diez minutos un hombre asesina a una mujer. Ahora hay hombres que exigen a las mujeres que denuncien a la policía y los juzgados. Como si fuera tan sencillo. Como si funcionaran todos los mecanismos de protección. ¿Cuántas veces más oiremos hombres decir que "hoy en día ya no se puede hacer ni decir nada" en lugar de reflexionar sobre la violencia?
Gisèle Pelicot dijo en este juicio histórico: "la cicatriz no se cerrará nunca". La violencia contra las mujeres sigue viva, abierta, sangrienta. La sentencia no ha cerrado nada. Sólo espero que ella, en medio de este infierno, encuentre un trozo hermoso de mundo donde poder estar en paz.